“Y dijo a los jueces: Mirad lo que hacéis: porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar de Jehová, el cual está con vosotros cuando juzgáis. Sea, pues, con vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia, ni acepción de personas” (2 Crónicas 19:6,7)
“Porque si tú llegas a afligirles, y ellos clamaren a mí, ciertamente oiré yo su clamor” (Éxodo 22:23)
Dios nunca queda atrapado en sus dichos, ni contradicho en sus leyes, ni niega sus atributos. Tampoco se equivoca nunca, aunque a veces se presentan situaciones, en las que deja que el hombre deba clamar a él para saber cómo proceder, como sucedió en el caso de las hijas de Zelofehad, quienes expusieron su situación ante Moisés, esperando hallar gracia. Allí, Moisés, no las remitió a la ley, sino que presentó ese caso ante Dios. Quien, contemplando la situación, les presentó una salida (Véase Números 27:1-11 y 36:5-13)
Siempre debemos actuar como actuó Moisés, colocando todo delante del Señor y más aún aquello que nos supera y ante lo cual no sabemos qué hacer, en lugar de actuar directa y legalmente. Más aún, cuando debemos juzgar cosas como Iglesia. De esa manera no quedarán situaciones sin resolver por no saber cómo tratarlas.
La Palabra de Dios es clara, eso es cierto. Pero debemos interpretarla correctamente. Dios siempre marca una separación entre los que son suyos y quiénes no. Y hay privilegios y exclusiones para unos y otros. Si no sabemos ver esto claramente y diferenciar quien es quien, clasificando como corresponde en cada situación en particular, corremos el riesgo de ser injustos con quienes, por ser hijos de Dios, tienen derechos en Cristo que podemos llegar a negarles por tratarlos como perversos, impíos o impenitentes. O por no saber finalmente como clasificarlos.
Pensamientos para reflexionar