“Por lo cual, entrando en el mundo dice… He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10:5,7)
“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Salmo 40:8)
El Señor Jesús dijo: “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya…” (Lucas 22:42) “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió… Porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió…” (Juan 4:34, 6:38) ¡Eso fue en él, una gloria maravillosa!
Dios aprecia mucho la dependencia en los suyos y se propone formar en nosotros, la imagen misma de su Hijo, en el cual encontró siempre todo su contentamiento.
Jesús fue el hombre dependiente en todo, aun cuando sus pensamientos, voluntad y deseos, eran perfectos y justos.
En este mundo, ser dependiente de Dios y actuar en consecuencia, no se toma como una virtud.
La corriente de este mundo lleva a los hombres a pensar que ser libres, es ser independientes de Dios.
Los creyentes debemos evitar la precipitación, las decisiones apresuradas, y todo cuanto nos lleve a actuar independientemente de Dios.
No debemos tomar decisiones sin consultar al Señor y esperar su respuesta. Conocemos los versículos que dicen: “El que en él creyere no se apresure (Isaías 26:10) “Espera en él” (Salmo 37:7) “No te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5) Pero, reconocemos, que ni bien nos sucede algo, tomamos decisiones apresuradas que luego lamentamos.
Siempre que seguimos adelante con nuestros propósitos, haciendo nuestra voluntad, sin haber orado, desagradamos a Dios; aunque lo que deseemos no sea algo intrínsecamente malo.
Pensamientos para reflexionar