“Vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4)
“Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6)
Nuestros hijos, sin duda, se verán influenciados por todo lo que les hayamos dicho y, jamás olvidarán el ejemplo que les hemos dado.
Un mal ejemplo será siempre recordado con más exactitud que todas las buenas recomendaciones.
Cuando un creyente tropieza con el pensamiento de Dios, en cualquier área de su vida cristiana, nunca debe discutirlo, ni criticar a los demás creyentes que se someten a ello, delante de sus hijos.
Debe orar y abrir su corazón ante el Señor contándole cuanto le cuesta tal o cual cosa, y no, decir que los demás exageran hablando de santidad, de pureza, de rectitud…
Lo contrario a las enseñanzas de la Palabra de Dios, confundirá la mente del niño, y posiblemente, relajará esos principios bíblicos en su juventud, argumentando lo que escuchó de sus padres.
La palabra de Dios es dulce, para la nueva naturaleza, pero amarga y sin ningún atractivo para la carne.
Si la palabra es tomada carnalmente, no nos satisfará; y si en aquello que ella condena, está nuestra debilidad, o nuestro pecado, no tratemos de justificarnos. Confesémoslo en arrepentimiento. (Job 33:27)
Los niños comprenden las cosas espirituales leyéndolas en nuestras vidas.
Siempre será mejor que vean a padres reconocer sus errores que justificándolos carnalmente.
Pensamientos para reflexionar