
“A Babilonia serán transportados, y allí estarán hasta el día en que yo los visite, dice Jehová; y después los traeré y los restauraré a este lugar” (Jeremías 27:22)
“Porque Jehová restaurará la gloria de Jacob como la gloria de Israel” (Nahúm 2:2)
¡Qué hermosa es la obra que hacen los restauradores! Cualquiera fuese su especialidad, la restauración de las cosas siempre causa admiración y asombro. Los mejores restauradores, no solo conocen las técnicas de la restauración, sino que saben apreciar verdaderamente las cosas. Ellos saben ver la hermosura que se esconde debajo de aquello que el tiempo, la adversidad, el maltrato, el abandono, o lo que fuese ha causado. Y viendo el valor que hay aún detrás de todo cuanto se ve por fuera, trabajan arduamente hasta que todo luego reluce volviendo a tomar su esplendor.
Dios es un restaurador por excelencia. Él es quien dice: “Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás” (Jeremías 15:19) ¡Bendito sea su Nombre!
Dios es un Dios de restauración. Esto no quiere decir que restaura la carne pecaminosa. La carne no tiene remedio ni solución. Él da vida nueva, restaura a las personas, dándole una naturaleza divina. En ese sentido restaura lo que se estropeó.
También restaura al caído. A quien siendo suyo, cayó en pecado. “No dejando para siempre caído al justo” (Salmo 55:22) Porque para los que están en Cristo, ha fijado una meta, los ha predestinado para que sean conformes a la imagen de su Hijo (Romanos 8:29) Y, ni el diablo, ni el pecado, frustrarán sus designios.
Dios salva, perdona, restaura y los que le pertenecemos colaboramos en su magnífica obra.
Pensamientos para reflexionar