
“Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6.36)
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó asimismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:1,2)
Hay acciones que quitan pasiones… Hay cosas que lastiman y ofenden mucho. Por lo general, si sufrimos algún agravio injustamente, nos sentimos con libertad de tratar esos temas con todo rigor, devolviendo el golpe, quejándonos o exigiendo el castigo; olvidando que somos cristianos y que nos corresponde poner la otra mejilla sin guardar rencor. (Mateo 5:39) Sin pagar a nadie mal por mal (Romanos 12:17)
No se trata de quien tenga razón, ni tampoco, si la agresión que nos daña es reiterativa . Obviamente, debemos aprender a no exponernos al mal inútilmente. A cuidarnos de ciertas personas, sobre todo cuando conocemos su mal genio y proceder. Sin embargo, si llegara a pasarnos algo con ellos, antes de reaccionar mal, es mejor no reaccionar. Sino el Señor deberá reprendernos como a sus discípulos diciéndonos: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois” (Lucas 9:55)
En la carne jamás podremos obrar bien, porque la carne se ofende, reclama y quiere vengarse. La carne no perdona y si dice perdonar no olvida, y eso no está bien. Solo se puede proceder bien en el Espíritu de Cristo.
Recordemos siempre que, aunque hayamos pasado cosas terribles, nunca seremos más parecidos a Dios que cuando perdonamos. Nunca seremos más evidentemente imitadores de Dios que cuando amamos aún a nuestros enemigos.
Perdonar libera el alma. Y hace cicatrizar las heridas que si no perduran siempre y obstaculizan nuestra vida espiritual.
Pensamientos para reflexionar