“El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26)
“El Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:13,14)
Muchos creyentes notaron que cuando alguien ministra la Palabra, muchas veces se ve movido a tener que repetir siempre las mismas cosas, pues parece que las enseñanzas no son aprendidas y las exhortaciones no dan resultado ni tienen repercusión. Sin embargo, si ese mismo predicador comete un furcio, dice algo que suena muy alusivo a alguien en particular o desdice a alguno, eso se recuerda siempre y luego repercute.
Eso sucederá siempre, por algo que debemos tener en cuenta. Hay dos espíritus que influyen en las personas. Uno es el Espíritu Santo de Dios, otro es el espíritu maligno que hace la obra del diablo para destrucción. El Espíritu Santo tiene la función de enseñarnos todas las cosas y conducirnos a toda verdad, pero no se impone ni obra a la fuerza, por eso es que no puede actuar si no se lo escucha ni se le presta atención.
En cambio, para lo malo, hay un espíritu maligno que sí se impone y a quien las personas parecen siempre dispuestas a oír. Ese espíritu viene a desunir y sembrar discordias, y aprovecha cualquier situación para inocular su ponzoña así la gente se sienta dolida, se desanima, se enoja y deja de congregarse.
Cuando escuchamos la Palabra, debemos estar pendientes de lo que Dios nos está diciendo, cerrando los oídos a toda murmuración maliciosa. Para que quien obre, sea Dios y no el diablo.
Pensamientos para reflexionar