
“Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú… Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad.” (Mateo 26:39 y 42)
“Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42)
Cuando el Señor dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30) no era solamente para confesar el misterio de la trinidad, sino para hacernos ver que entre el Padre y el Hijo había una armonía perfecta de pensamiento y de propósito. Eran uno en amor, uno en acción, uno en gracia…
Cuando el Señor dijo en oración lo de los versículos del encabezamiento, no expresaba el deseo de volverse atrás. Él sabía a qué había venido y lo declaró: Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:27,28) “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11)
Lo que nos enseña la oración de Getsemaní es que el alma santa y pura de Jesús, no podía tomar livianamente beber la copa de la ira de Dios, ni el ser separado de Dios a causa del pecado con lo que eso implicaba, y que era lo que iba a hacer. Su oración era como decir: Padre, si hay otra manera en que los pecadores puedan ser salvos que no sea que yo vaya a la cruz, manifiéstalo, pero de todos modos estoy dispuesto a hacer tu voluntad.
Sin embargo, no había otra forma, Cristo Jesús debía morir por los pecadores en forma sustitutoria.
¡Gloria a su nombre!
Pensamientos para reflexionar