“Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; No me des pobreza ni riquezas; Mantenme del pan necesario; No sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, Y blasfeme el nombre de mi Dios” (Proverbios 30:8,9)
Las palabras de Agur son sabias y justas. Nada como la pobreza o las riquezas para hacer que el hombre falle en su proceder para con Dios.
Quien está saciado pierde la conciencia de sus necesidades y como tiene muchas cosas puede sentirse como que ya no necesita nada. Corre el riesgo de perder su dependencia ante Dios y negarlo, no diciendo directamente que Dios no existe, sino como los corintios a quienes se les dijo: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? Ya estáis saciados, ya estáis ricos” (1 Corintios 4:7,8) Cuando uno se siente saciado está lleno de sí mismo y le cuesta comprender a los demás. Sus frases comúnmente son: Porque yo trabajo, Porque yo tal o cual cosa… Negando la gracia de Dios que es por lo cual lo tenemos todo.
Pero el otro extremo también es peligroso, pues las dos condiciones actúan golpeando nuestra vanidad y la afectan. En la pobreza se corre el riesgo de hurtar, de tomar lo que a uno no le pertenece y exigir, esperando en los demás. De quejarnos y hacer cosas que blasfemen el nombre de Dios.
Por eso, lo mejor es mantenernos en sencillez y humildad, dependientes del Señor. Sin vanidades, ni palabras mentirosas que vayan más allá de lo que siente nuestro corazón, manteniendo un equilibrio espiritual.
Pensamientos para reflexionar