“¡Ay de los hijos que se apartan, dice el Señor, para tomar consejo, y no de mí; para cobijarse con cubierta, y no de mi espíritu, añadiendo pecado a pecado!” (Isaías 30:1)
Hay una situación que podría considerarse de las más lastimeras, y es la que vive un creyente, cuando está en pecado, fuera de la comunión con Cristo.
Los incrédulos, están sin esperanza y sin Dios en el mundo (Efesios 2:12) “guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” “2 Pedro 3:7) pero, como muertos, son insensibles en cuanto al pecado, por eso buscan su pedacito de cielo, satisfaciendo a su carne, y se gozan entregándose al pecado aunque luego lleven las consecuencias. Son “amadores de sí mismo… y amadores de los deleites más que Dios” (2 Timoteo 3:2,4)
Los creyentes fieles al Señor, saben que “El gozo del Señor es su fuerza” (Nehemías 8:10) Tienen una alegría mayor que la de los incrédulos “cuando abunda su grano y su mosto” (Salmo 4:7) “Se regocijan en el Señor siempre” (Filipenses 4:4)
En cambio, un creyente en pecado, “aflige su alma cada día” “pierde el gozo de su salvación” y es inconstante en todo, no teniendo disfrute en nada. No goza su posición cristiana, ni mucho menos del pecado por el que fue arrastrado y seducido.
Si Dios, en su misericordia, no lo buscara para conducirlo al arrepentimiento y a la confesión, terminaría destruyéndose, sintiéndose “peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:8), porque nadie puede ser feliz viviendo en pecado.
Pensamientos para reflexionar