“El levanta del polvo al pobre, Y del muladar exalta al menesteroso, Para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor” (1 Samuel 2:8)
“Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, Cuya esperanza está en Jehová su Dios… Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos” (Salmos 146:5 y 8)
Mi salvador en su bondad, al mundo malo descendió Y de hondo abismo de maldad, él mi alma levantó…
Así dice un himno, hablando de lo que hizo el Señor Jesús. Ese levantarnos en su gracia, nos hace recordar lo que está escrito en los evangelios en la historia de un hombre que, descendiendo de Jerusalén, cayó en manos de ladrones que lo despojaron dejándole medio muerto. Ante aquel hombre pasaron un levita y un sacerdote, y no hicieron nada, pero también pasó un hombre que viéndolo tuvo de él misericordia, el cual lo curó y cargó en su cabalgadura llevándolo consigo para cuidarlo. (Léase Lucas 10:30-35)
El hombre en descenso, es el hombre que se ha alejado de Dios. Los ladrones que lo despojaron representan al diablo, “el ladrón” (Juan 10:10) y los suyos, que dañan, lastiman y despojan sin contemplación alguna.
El hombre que cae tan bajo, sin fuerza para levantarse, no tiene quien lo levante. En vano busca la ayuda del hombre, aunque este se ocupe de las cosas santas como el levita o sea un religioso como el sacerdote. Nadie puede sacarlo de esa situación, a excepción de Cristo que, como aquel buen samaritano, lo trata con misericordia, se detiene ante la necesidad, y lo cura.
Esto no es solamente la historia de algunos, sino la de todos nosotros, levantados por la gracia de Dios.
Pensamientos para reflexionar