
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo… Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15.16)
“Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Santiago 5:19,20)
Demas fue un siervo de Dios, compañero y colaborador del apóstol Pablo en su primera prisión en Roma. Sin embargo, unos años más adelante, Pablo, encarcelado nuevamente en Roma le escribe a Timoteo diciéndole: “Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo y se ha ido a Tesalónica” (2 Timoteo 4:10)
¿Qué habrá pasado con Demas? No lo sabemos, pero podemos deducir que flaqueó en su fe amando a este mundo, y por esta causa se fue a Tesalónica abandonando el servicio.
Tesalónica era una de las principales ciudades de Macedonia. Un lugar próspero y muy idólatra. Allí, muchas cosas ocupaban el lugar de Dios y Demas cayó en esa trampa flaqueando en su fe.
Nosotros, también, conocemos a hermanos que como Demas han estado en las reuniones y han servido en la causa de Cristo, pero que se han desalentado por algo, o caído en pecado y dejaron de congregarse. Ellos se han quedado en el camino y el mundo los absorbió. Podrán parecer felices y hasta prósperos, pero en el mundo no encontrarán lo que necesita su corazón. Busquémoslos e invitémoslos a las reuniones nuevamente. Obviamente, ellos saben bien donde está el local y los horarios de las reuniones, pero no importa, acerquémonos a invitarlos y ayudémoslos.
Un hijo de Dios no puede vivir feliz lejos de Cristo y de sus hermanos.
Pensamientos para reflexionar