LA VACA ALAZANA Y LAS AGUAS DE LA PURIFICACIÓN

(Léase Números 19)


En el Antiguo Testamento tenemos figuras excelentes que nos hablan de Cristo. Cada sacrificio, cada ofrenda que Dios recibía, anunciaba anticipadamente la ofrenda que Jesucristo haría para Dios dando su propia vida, muriendo por nuestros pecados.

Todo en la Biblia, de una u otra manera, gira alrededor de Cristo.  La ordenanza de la vaca alazana para la purificación de los inmundos, es una figura clara del sacrificio de Cristo por el cual nos mantenemos delante de Dios.

Notemos bien que hay en esa ordenanza cosas particulares. Era un sacrificio de un animal hembra, que debía ser perfecta, sin ninguna tacha y que nunca hubiese estado bajo yugo. (Números 19:1-2) debía derramarse su sangre y con ella rociar el tabernáculo y luego quemarla con madera de cedro e hisopo, y escarlata. Luego sus cenizas debían juntarse para preparar el agua para la purificación de todo aquel que se contaminaba tocando algo que tuviera que ver con la muerte, etc. Que fuera perfecta, nos habla de la perfección de Cristo, en el cual no hubo tacha ni estuvo jamás bajo ningún yugo humano, sino que solamente llevó el yugo de la obediencia al Padre. La inmolación, nos habla de la necesidad del derramamiento de su sangre, y que se quemara, del fuego del juicio por el pecado que debía caer sobre el sacrificio y curiosamente, sobre la madera de cedro el hisopo y la escarlata.

Cuando la Palabra nos habla del Cedro y el hisopo, podemos pensar en aquellas cosas altas, elevadas y las más sencillas o simples. Como se nos dice referente a lo que disertó Salomón: (1 Reyes 4:33) El escarlata, nos lleva a pensar en el rojo chillón y escandaloso de los pecados (Isaías 1:18) Por eso, todo debía quemarse, llevar el juicio de Dios, tal como llevó Cristo.

Luego con las cenizas, que significan lo que quedó como prueba del sacrificio consumado, y que ya no puede tener alteración, se preparaba el agua de la purificación. El agua, generalmente es figura de la palabra que purifica y que contiene la eficacia del sacrificio de Cristo, hecho una vez para siempre.

Quienes se contaminaban con algo relacionado a la muerte, quedaban inmundos y debían purificarse utilizando las aguas con las cenizas de la vaca alazana. 

Hoy para nosotros es similar. Como la consecuencia del pecado es muerte, la contaminación con muerto, la podemos aplicar a cualquier pecado y contaminación directa o indirecta con él. Por eso, esto nos habla en figura de un recurso que tenemos los creyentes mientras peregrinamos en el desierto, tal el carácter que tiene el libro de Números. Para que cuando nos contaminemos con algo, recurramos a la Palabra que nos limpia, trayéndonos nuevamente el sacrificio de Cristo, no repitiéndolo, sino recordándonoslo con toda su eficacia, llevándonos a la confesión y limpiándonos.

La Biblia dice: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Romanos 15:4) Estas ordenanzas del Antiguo Testamento, tienen muchas enseñanzas cuando las aplicamos en el sentido espiritual.  Esto, obviamente, no es hacer doctrinas de figuras a nuestro antojo, sino aplicar espiritualmente esas analogías, corroborando con ellas las demás enseñanzas bíblicas.

Hoy como antaño, mientras peregrinamos sobre la tierra, no podremos evitar contaminarnos con cosas relacionadas con el pecado. Y la consecuencia del pecado siempre es muerte. (Véase Romanos 6:23 y Santiago 1:15) Por eso, el creyente cuando peca, aunque le parezca un pecado chiquito, ese pecado lo aleja de Dios e interrumpe su comunión. Por lo tanto, debe confesarlo, para ser perdonado paternalmente y limpiado de toda maldad (1 Juan 1:9) Sin embargo, algunos preguntarán: ¿Cómo llegar al estado de reconocimiento y arrepentimiento para la posterior confesión y limpieza? La respuesta es por las aguas de purificación que tenemos en las Escrituras.

Esas Escrituras nos harán ver y sentir el pecado, la falta, y eso será en un momento divino (el tercer día) Luego hará su efecto hasta llevarnos a la confesión genuina, (el séptimo día), donde Dios nos declarará limpios.

Para nosotros, el día tercero y el séptimo, no son días literales, simplemente son mencionados aplicados al momento preciso en que Dios obra en nuestro interior, mostrándonos como sufrió Cristo por esos pecados y conduciéndonos a la confesión.


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