(Léase Números 19)
“Jehová habló a Moisés y a Aarón, diciendo: Esta es la ordenanza de la ley que Jehová ha prescrito, diciendo: Di a los hijos de Israel que te traigan una vaca alazana, perfecta, en la cual no haya falta, sobre la cual no se haya puesto yugo; y la daréis a Eleazar el sacerdote, y él la sacará fuera del campamento, y la hará degollar en su presencia” (Números 19:1-4)
En el Antiguo Testamento tenemos figuras excelentes que nos hablan de Cristo. Cada sacrificio, cada ofrenda que Dios recibía, anunciaba anticipadamente la ofrenda que Jesucristo haría para Dios dando su propia vida, muriendo por nuestros pecados.
Todo en la Biblia, de una u otra manera, gira alrededor de Cristo. La ordenanza de la vaca alazana para la purificación de los inmundos, es una figura clara del sacrificio de Cristo por el cual nos mantenemos delante de Dios.
Notemos bien que hay en esa ordenanza cosas particulares. Era un sacrificio de un animal hembra, que debía ser perfecta, sin ninguna tacha y que nunca hubiese estado bajo yugo. (Números 19:1-2) debía derramarse su sangre y con ella rociar el tabernáculo y luego quemarla con madera de cedro e hisopo, y escarlata. Luego sus cenizas debían juntarse para preparar el agua para la purificación de todo aquel que se contaminaba tocando algo que tuviera que ver con la muerte, etc.
Que fuera perfecta, nos habla de la perfección de Cristo, en el cual no hubo tacha ni estuvo jamás bajo ningún yugo humano, sino que solamente llevó el yugo de la obediencia al Padre. La inmolación, nos habla de la necesidad del derramamiento de su sangre, y que se quemara, del fuego del juicio por el pecado que debía caer sobre el sacrificio y curiosamente, sobre la madera de cedro el hisopo y la escarlata.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar