(Léase Números 19)
“Y Eleazar el sacerdote tomará de la sangre con su dedo, y rociará hacia la parte delantera del tabernáculo de reunión con la sangre de ella siete veces; y hará quemar la vaca ante sus ojos; su cuero y su carne y su sangre, con su estiércol, hará quemar. Luego tomará el sacerdote madera de cedro, e hisopo, y escarlata, y lo echará en medio del fuego en que arde la vaca… y las guardará la congregación de los hijos de Israel para el agua de purificación” (Números 19:5-9)
Cuando la Palabra nos habla del Cedro y el hisopo, podemos pensar en aquellas cosas altas, elevadas y las más sencillas o simples. Como se nos dice referente a lo que disertó Salomón: (1 Reyes 4:33) El escarlata, nos lleva a pensar en el rojo chillón y escandaloso de los pecados (Isaías 1:18) Por eso, todo debía quemarse, llevar el juicio de Dios, tal como llevó Cristo.
Luego con las cenizas, que significan lo que quedó como prueba del sacrificio consumado, y que ya no puede tener alteración, se preparaba el agua de la purificación. El agua, generalmente es figura de la palabra que purifica y que contiene la eficacia del sacrificio de Cristo, hecho una vez para siempre.
Quienes se contaminaban con algo relacionado a la muerte, quedaban inmundos y debían purificarse utilizando las aguas con las cenizas de la vaca alazana.
Hoy para nosotros es similar. Como la consecuencia del pecado es muerte, la contaminación con muerto, la podemos aplicar a cualquier pecado y contaminación directa o indirecta con él. Por eso, esto nos habla en figura de un recurso que tenemos los creyentes mientras peregrinamos en el desierto, tal el carácter que tiene el libro de Números. Para que cuando nos contaminemos con algo, recurramos a la Palabra que nos limpia, trayéndonos nuevamente el sacrificio de Cristo, no repitiéndolo, sino recordándonoslo con toda su eficacia, llevándonos a la confesión y limpiándonos.
Continúa en la parte 3
Pensamientos para reflexionar