“La sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo… Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad 7… Y con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados…Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo” (Hebreos 10:4,5,7 y 15)
Las Sagradas Escrituras nos presentan que la salvación de los hombres es enteramente de Dios. (Salmos 3:8 Jonás 2:9) Entre tantos pasajes que manifiestan la trinidad de Dios en la Salvación, el capítulo 10 de la Epístola a los Hebreos nos muestra a las tres Personas divinas en actuación. Allí vemos que, como todas las ofrendas y sacrificios pasados y todo cuanto puede hacer el hombre, no puede salvarlo, ni es suficiente para satisfacer la justicia de Dios en cuanto al pecado, el Hijo, enviado del Padre, entrando en el mundo dice: “Mas me preparaste cuerpo” (V. 5). Por lo tanto, en ese capítulo vemos que el Padre había deseado nuestra salvación y que siendo esa su voluntad, el Hijo vino para llevarla a cabo. “Y con una sola ofrenda, la ofrenda de su cuerpo, hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:12) Pero, también, esa epístola que declara que Jesús se entregó sin mancha a Dios por el Espíritu Eterno (9:14) En el capítulo 10 que citamos, nos dice que, no solo Jesús hizo esa entrega en el poder del Espíritu, sino que también ahora, el Espíritu mismo lo testifica: “Nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo” (Hebreos 10:15-18) ¡Qué maravilloso testimonio de la trinidad de Dios!
El Padre deseó y planeó nuestra salvación. El Hijo la llevó a cabo muriendo por nuestros pecados y el Espíritu Santo lo testifica.
Pensamientos para reflexionar