
“Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu” (Efesios 6:17 18)
“¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento” (1 Corintios 14:15)
La parábola del buen samaritano, al hablarnos de alguien que levanta al caído, se ocupa de sus heridas y lo deja al cuidado del mesonero con dos denarios para que cubran las necesidades hasta que regrese, nos enseña figurativamente, de nuestro Señor que nos levantó, se ocupó de nuestras heridas y nos confió a los cuidados del Espíritu Santo con dos recursos muy especiales para cubrir nuestras necesidades hasta que vuelva: La Palabra y la oración.
Notemos la precisión. El Espíritu, la oración y la palabra.
La oración, es un recurso maravilloso, recomendado por Dios para que lo hagamos en todo tiempo, pero, ¡cuidado!, debemos hacerlo bien. La oración bien hecha, es aquella hecha en el Espíritu, donde quien ora, no lo hace en la carne, como utilizando un recurso mágico que le dará lo que está pidiendo, teniendo la fe puesta en la oración, y no en quien la contestará. Quien ora en el Espíritu, denota dependencia y se asemeja al Señor Jesús; quien todo lo consultó con su Padre, obrando en su comunión y sujeto a su voluntad.
Si no, orar mal es sencillo, solo basta pedir. Todas las religiones, buscando su conveniencia, le piden a algo o a alguien lo que desean. Pero solo los cristianos oran al Dios verdadero, y leen cada día la Biblia, buscando que Dios les hable por medio de su Palabra.
Pensamientos para reflexionar