“Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 Pedro 1:24,25)
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8)
Muchos cristianos piensan que las directivas divinas que se encuentran en la Biblia, deben actualizarse y cambiar a medida que pasa el tiempo, porque la sociedad cambia. Este razonamiento es erróneo, pues los que cambiamos somos nosotros y no Dios. Dios no cambia (Malaquías 3:6) Y su Palabra permanece para siempre (1 Pedro 1:25) Esto quiere decir claramente que todo cuanto Dios haya dicho que es malo, pecaminoso y aborrecible a sus ojos ayer, lo sigue siendo hoy. Sus principios espirituales no cambian.
Las sociedades cambian. Lo que antes se reprobaba y condenaba hasta penalmente, hoy se permite en muchos lugares y la gente lo acepta de buena gana, exigiendo que también la iglesia lo acepte. Sin embargo, Dios no cambia y nosotros, los cristianos debemos obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29)
Tratar de que la Iglesia de Dios, Columna y baluarte de la verdad, se adapte a los tiempos y sea condescendiente con el espíritu que reina en el mundo, es una equivocación muy grave.
Obviamente, que si el Señor dijo: Al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. (Lucas 6:29) Lo que debemos guardar de ese mandamiento no es la literalidad en la mención de la prenda: túnica y capa, sino el principio espiritual que encierra el mandamiento.
Recordemos: Dios no cambia. Bienaventurado los que guardan las cosas escritas en la Palabra (Apocalipsis 1:3)
Pensamientos para reflexionar