“¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16)
“Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció” (2 Pedro 2:19)
Pero “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36)
Dicen que los indios de indonesia, para cazar monos, tomaban un coco, lo ataban, y le hacían un agujero lo suficientemente grande como para que un mono metiese su mano dentro. Dentro del coco colocaban una piedra, y esperaban que algún mono curioso, viniese por él. Al escuchar que había algo dentro, el mono metía la mano y tomaba la piedra, pero al querer retirar la mano, quedaba atascado. Soltarse era simple, bastaba con soltar aquello que tanto lo atraía, pero como para el mono eso era un tesoro precioso, no se daba por vencido. Así, sin darse cuenta quedaba atrapado.
Aunque parezca mentira, los seres humanos nos parecemos a aquellos monos que por no soltar aquello que aprecian como algo bueno, pierden su libertad y su vida.
Como los monos mencionados en el relato, el hombre tiene una naturaleza pecaminosa que se aferra a cosas que lo mantienen cautivo, y que no quiere soltar. Cree encontrar el bien en aquello que le gusta y le da placer, hasta que siente las redes de la esclavitud y recibe los golpes de quien lo somete.
El animalito, por su forma de ser, no puede soltar, y el hombre, por su condición tampoco, necesita de Cristo que lo libere.
Solo en Cristo hay libertad, y esa libertad se experimenta cuando se lo recibe por fe, como único y suficiente salvador.
Pensamientos para reflexionar