“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6,7)
“Porque los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7)
Los creyentes deben recordar que las incompatibilidades con los inconversos son sustancialmente a causa de sus naturalezas. No porque entre los inconversos no haya gente bien educada y de familias honradas, que deseen obrar bien, etc.
Nuestra naturaleza es la que nos hace ser como somos e influye en nuestros deseos. Por eso los hombres deben convertirse, pues, en su estado natural no están en sintonía con Dios. La Biblia dice: “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8) y que para vivir conforme al pensamiento de Dios, es necesario nacer de nuevo espiritualmente.
La ley prohibía poner bajo el mismo yugo a dos animales de distintas naturalezas. Escrito está: “No ararás con buey y con asno juntamente” (Deuteronomio 22:10) Estos animales tienen diferente fuerza, diferente andar, gustos, formas de descanso, estatura, manera de ver las cosas, etc. Por lo tanto No se debían juntar bajo el mismo yugo. Así lo dice también para los creyentes. “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” (2 Corintios 6:14)
Cuando pensamos esto y lo relacionamos al matrimonio es aún más solemne. Por eso cuando un creyente, a pesar de las advertencias, decide casarse con un inconverso, se está uniendo en un yugo desigual, en el que no podrá evitar el sufrimiento, pues a la larga constatará que es muy difícil caminar unido a alguien que tiene una naturaleza distinta.
Pensamientos para reflexionar