EL VIEJO ADÁN ES MUY FUERTE

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?  Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 7:18,19, 25 y 8:2)


El amigo de Lutero, Felipe Melanchton, solía decir en cuanto al pecado: Oh. No puedo confiarme. El viejo Adán es mucho más fuerte que el joven Felipe… El apóstol Pablo al escribirle a los Romanos les hace ver esta verdad, enseñándoles que el pecado en nosotros nos hace obrar como no quisiéramos. Por eso, el creyente, dejado a sí mismo, aunque quiera cumplir la ley, encuentra una ley en sus miembros que lo obliga a desviarse para hacer lo que no quiere.

Por esto mismo, cuando las personas que no son de Cristo, dicen: No sean desconfiados, aunque yo me exponga, confíen en mí, que no los voy a defraudar, etc. Realmente, no saben  lo que dicen: No se puede confiar, porque el viejo Adán es mucho más fuerte que todas las buenas intenciones. Él lleva a las personas al pecado y encima, las lleva con gusto, porque el hombre natural no solo es pecador por naturaleza, sino también por gusto.  Y aun sabiendo lo que exige la ley de Dios, tampoco puede confiarse. Pues la ley  demanda, pero no da la fuerza para cumplir lo que exige. Solo el poder del Espíritu de vida en el hombre lo faculta para hacer lo que Dios desea. Porque la ley del Espíritu de vida en nosotros, invalida la ley del pecado. Pero eso, solamente, lo tiene, quien haya recibido a Jesucristo como su Salvador.


Pensamientos para reflexionar

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