“A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida…” (Deuteronomio 30:19)
“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Romanos 2:4,5)
Es notable ver cómo los hombres, por un lado, quieren ser libres e independientes de Dios, pero, luego, ante la expectativa del juicio divino, no quieren reconocerse como responsables de haber rechazado el amor de Dios y su gracia para salvación.
Una de las más grandes necedades es la incredulidad y el hombre es responsable de eso. No es que haya algunas personas que nunca podrán convertirse porque Dios no los haya elegido, ni haya queridos salvarlos, ni nada de las cosas que piensan y que son solo especulaciones mentales. Los que se pierden, lo hacen por voluntad propia al rehusar el ofrecimiento de Dios.
El hombre es un ser pensante porque Dios lo hizo conforme a su imagen y semejanza. Esto le da una característica especial, pues Dios no hizo del hombre un autómata programado a su antojo, hizo un ser con personalidad, con identidad, con facultades mentales y con capacidad de decisión. Lamentablemente, esa capacidad para decidir la utilizó mal, la usó para desobedecer a Dios y creer la mentira de Satanás, y ahí todo se echó a perder.
Luego de eso, aunque el hombre tenga una naturaleza pecaminosa que lo lleva al mal, sigue teniendo responsabilidad ante Dios para aceptar o rechazar la gracia que se le ofrece cuando Dios trabaja su corazón para salvación. Por lo tanto, quien rehúsa creer, es responsable de su incredulidad.
Pensamientos para reflexionar