“Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente” (Judas 1:3,4)
“Por esto conocemos que es el último tiempo. Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:18,19)
Dicen que, en la antigua Grecia durante las guerras de Troya, los arqueos al encontrarse con una ciudad fortificada, imposible de invadir, utilizaron como estrategia, hacer un enorme caballo de madera y presentarlo como ofrenda reconociendo la victoria de los troyanos. Los troyanos, muy religiosos, consideraron este presente y abrieron las puertas de la ciudad para ingresarlo, debiendo romper hasta parte de la muralla para que entrara. La religión, la novedad, el sentimiento de grandeza que le daba su reconocimiento, lo llevaron a su ruina, pues adentro de ese caballo, estaban escondidos guerreros escogidos, quienes cuando llegó la noche, salieron, mataron a los centinelas y abrieron la puerta para que sus ejércitos pudieran entrar en aquella ciudad que parecía inexpugnable.
Esto nos hace pensar en todas esas cosas que invadieron la cristiandad dándose vuelta luego para mal, como la gran cantidad de cantantes modernos y personajes mundanos del ambiente artístico que trajeron una nueva forma de supuesta alabanza y adoración, con lo cual muchos se gozaron y que causó que muchas congregaciones se dividieran y que otros grupos fueran acusados de cerrados y legalistas. Pasado el tiempo, estos mismos “artistas” mostraron su condición negando su fe, apostatando. No queriendo ser considerados cristianos, etc.
Verdaderamente, situaciones así, nos hacen pensar en el caballo de Troya y en las batallas que se pierden por no saber ser celosos velando, tal como el Señor mandó.
Pensamientos para reflexionar