“Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3)
Si te volvieres al Omnipotente, serás edificado; Alejarás de tu tienda la aflicción… Orarás a él, y él te oirá (Job 22:23 y 27)
Como venimos viendo, la oración es un privilegio de los hijos de Dios.
Jesús, antes de subir a los cielos les dijo a sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.” (Juan 16:23,24)
Pedir en su nombre, es pedir de su parte, lo cual implica pedir conforme a su voluntad. ¿Cómo pedirle a Dios que sabe todas las cosas, algo en nombre de alguien a quien no conocemos?
En la Biblia está escrito “Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye” (Juan 9:31) Alguien objetará: Todos somos pecadores. Y es cierto, pero hay pecadores arrepentidos que confiamos en Cristo como nuestro salvador y otros impenitentes que rehúsan creer en el Hijo de Dios. ¿Cómo podría alguien que rehúsa creer en Cristo como salvador, porque quiere seguir viviendo “su vida” sin que nadie le diga nada, pedir en el nombre de quien rehúsa?
Dios siempre está presto a contestar, pero es necesario, que la persona que ora, antes de pedirle cosas a Dios, ore volcándole el corazón, reconociendo su bancarrota moral para reconciliarse con él. De esa manera las oraciones serán oídas y se verá la gloria de Dios.
Pensamientos para reflexionar