“Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15)
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo” (2 Timoteo 2:4)
Los creyentes debemos tener presente que la predicación del evangelio siempre es resistida por los incorversos, a pesar de que muchas veces, hagamos la experiencia que estando circunstancialmente entre familiares y conocidos, se nos permita dar gracias por los alimentos o reconocer las bondades de Dios.
Los incrédulos están cerrados a la predicación, pero no les molesta escuchar que Dios es amor, que Jesús los ama y que estaremos orando por ellos. Eso hasta les gusta. Pero, si uno va más allá y quiere explicarles en que consiste el amor de Dios y cuál es la condición en la que se encuentran que hace que necesiten de tal amor, allí la buena disposición desaparece. Nadie quiere que se le diga que es pecador que está perdido y que, debido a esa condición, Dios muestra su amor para con nosotros. “Pues siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8) Nadie, a no ser que Dios lo esté trabajando por su palabra y su Espíritu quiere reconocerse irremediablemente perdido. Cuando uno habla de perdición, los incrédulos toman eso como una agresión religiosa y enseguida comienzan las discusiones y los desacuerdos.
Sin embargo, a pesar de eso, debemos predicarles el evangelio a los nuestros y hacerlo, no contentándonos con nada menos que eso. Para que crean y se salven y no solamente se pongan contentos y tranquilicen sus conciencias pensando únicamente en que Dios es bueno.
Pensamientos para reflexionar