Pero, “aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?” (1 Corintios 3:3,4)
“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (Romanos 6:12)
“Antes bien sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18)
El hombre natural, es manejado por su carne, por los deseos carnales de su naturaleza pecaminosa que batallan en su alma. (1 Pedro 2:11)
Cuando ese hombre, responde al llamado del evangelio creyendo en Cristo como su Salvador, Dios viene a morar en él, y las cosas cambian. De allí en más, el hombre es gobernado por una nueva fuerza, tiene una nueva naturaleza (2 Pedro 1:4) y es dirigido por el Espíritu Santo.
Hasta allí, todo es perfecto, pero sucede, que cuando una persona, recibe a Cristo como su Salvador, pero, deja en su corazón alguna cosa que no quiere cambiar, que no procede de Dios, sino del mundo y que no quiere dejar, le cierra la puerta a Dios. Ante esa cosa, como decía alguien muy acertadamente, levanta un altar. Y allí sacrifica cosas muy importantes quitándole jurisdicción a Dios. Eso que tiene en su corazón no deja que Dios tome el dominio completo de su vida, y por lo tanto, ese creyente será un creyente carnal, que no crece espiritualmente, no se compromete en la obra del Señor, etc.
Hay muchos que viven cosas similares y en realidad no son creyentes, pero aún en el caso de que una persona sea salva, será un creyente carnal, dominado por la naturaleza carnal en lugar de por el Espíritu Santo a quién no le deja dominio completo para que lo llene todo.
Pensamientos para reflexionar