(Véase el pasaje de 2 Crónicas 21)
“He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga; Por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso. Porque él es quien hace la llaga, y él la vendará; El hiere, y sus manos curan” (Job 5:17,18)
“Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias” (Daniel 9:18)
David había censado al pueblo y pecado gravemente ante Jehová. Para muchos, esto podría pasar como un pecado inadvertido, pues los hombres solemos pintar los pecados de colores calificando a unos como mayores a otros, pero ante Dios es distinto. Por ese pecado de David murieron setenta mil hombres en Israel. Pensemos bien y tengamos cuidado con el hacer cosas que Dios no manda, y que finalmente no son para la gloria de Dios sino por orgullo y por vanagloria.
David se dio cuenta de su error y arrepintió, y vino Gad el profeta con Palabra de Jehová diciéndole que eligiera el castigo dándole tres opciones. Dos de ellas era caer bajo la mano del enemigo, la otra caer bajo la mano de Dios. Y David dijo: “Estoy en grande angustia. Ruego que yo caiga en la mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas en extremo; pero que no caiga en manos de hombres” (2 Crónicas 21:13) David, era un hombre de Dios, que sabía que las misericordias de Dios son grandes.
Aprendamos bien de este suceso. Y siempre ante el pecado, arreglemos las cosas ante Dios, sin temores, quedando bajo su disciplina, que aunque tenga que tratarnos con severidad, será grande en misericordia y no como los hombres, que por crueldad, incapacidad, cuestiones personales, etc. no tendrán contemplación, ni mirarán el daño que pueden causar en otros cuando condenan.
Pensamientos para reflexionar