“No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos” (Mateo 7:18)
“Los que amáis a Jehová, aborreced el mal” (Salmo 97:10)
“Aborreced el mal, y amad el bien” (Amós 5:15)
Un creyente cuenta que cuando era jovencito, tenía el vicio del cigarrillo y trabaja con un hombre mayor que también toda su vida había fumado mucho. El anciano solía aconsejarle al joven que dejara de fumar y le decía. No sólo tienes que dejar el cigarrillo, tienes que aprender a odiarlo con todo tu corazón…
Esto lo decía con relación a una gran verdad. Uno para terminar con un hábito, una mala costumbre, un pecado en particular, etc. Tiene que repudiarlo, aborrecerlo con todas sus fuerzas. Aunque, no podemos ignorar que el hombre natural que no tiene a Cristo y vive conforme a su naturaleza pecaminosa, no puede odiar al pecado, sino que en el pecado encuentra su regocijo.
Un animal carnívoro, no puede repudiar la carne, porque de eso se alimenta. Pero, si cambiáramos su naturaleza haciéndolo herbívoro, no soportaría la carne. Es solamente una cuestión de naturaleza, uno es de una manera y otro de otra.
Así sucede en las cuestiones espirituales. El hombre por naturaleza no encuentra placer en las cosas que son de Dios, y si bien, por educación o pautas culturales, puede acostumbrarse un poco, ni bien vea la oportunidad correrá tras sus apetitos carnales que son los que llenan su corazón. Por eso, el cambio viene, cuando esas personas, reciben la verdad de Dios, la creen y confían en Cristo como su salvador naciendo de nuevo.
Pensamientos para reflexionar