(Leer Marcos 2: 1 al 12)
En el evangelio según Marcos, tenemos el relato de un paralítico que fue llevado al Señor Jesús por cuatro de sus amigos, los cuales ante la imposibilidad de paso, tuvieron que ingresarlo por el techo de la habitación en la cual se encontraba Jesús predicándole a la multitud. Esta escena bastante conocida, es muy aleccionadora y nos hace ver grandes verdades en cuanto a nuestra fe y manera de obrar.
Siempre debemos tener en cuenta que todos los milagros hechos por nuestro Señor a favor del hombre necesitado, no sólo eran una muestra de su poder y deidad, sino que también ponen de manifiesto, el estado espiritual en el cual se encuentra el hombre ante Dios, caracterizado simbólicamente en cada una de aquellas enfermedades o situaciones.
Tomemos por caso a los ciegos. Mucho más allá de lo que representa no poder ver físicamente, esos casos de curación, ponen de manifiesto que el hombre ante Dios, está ciego. No lo está en el sentido físico quizás, y de eso podrá hasta inclusive jactarse, pero, lo está en el sentido espiritual que es muchísimo peor. “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:14).Y se cumple en él lo que está escrito: “¿Teniendo ojos no veis? (Marcos 8:18) Por lo tanto, necesita que el Señor obre en él para poder ver las cosas de otra manera, para poder ver las cosas tal como realmente son ante los ojos de Dios. Lo mismo podemos decir de los mudos, ya que en el sentido espiritual, el pecado ha cortado el habla del hombre para con Dios. Éste puede hablar mucho con sus semejantes de las cosas de este mundo pervertido y convulsionado por el pecado, pero no tiene expresiones para con su creador. No habla con él, sino hasta que es tocado por el Señor, y entonces recién allí, tiene palabras de oración, de alabanza y adoración, en frutos de labios que confiesan su nombre. (Hebreos 13:15)
Si analizamos caso por caso encontraremos en todos el mismo común denominador, el pecado produjo en el hombre la imposibilidad de ver, de hablar, de caminar para la gloria de Dios, de sentir, como en el caso de los muertos, que nos representan la total insensibilidad por la carencia de vida; o de pureza para poder estar ante su presencia, como era el caso de los leprosos, los cuales eran considerados inmundos, y debían vivir apartados del resto de las personas y sobre todo, de las cosas santas.
El caso que nos ocupa hoy es el de un paralitico. Este hombre no podía ir por sus propios medios a los pies del Señor Jesús. ¡Era imposible que pudiera hacerlo! ¿Quedaría en su desdicha, lejos de alcanzar la gracia de Dios? De ninguna manera. Dios siempre provee, así como proveyó para nosotros, cuando en su gracia “Envío a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16)
También, debemos pensar, que para nosotros, que no podíamos ver al Señor Jesús, hubo cuatro hombres que nos acercaron a su persona, para poder escuchar lo que él dijo.: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, son los evangelistas que nos hicieron conocer a su persona adorable, haciendo como hicieron aquellos cuatro, de los cuales nos dice Lucas: “Querían ponerlo delante de Jesús” (Lucas 5:18,19) ¡Qué maravilla!
El hombre es su necesidad necesita de Dios, y para esto debe ser llevado a Jesús, tener ese encuentro con él, y estando delante de él, experimentar su gracia.
El relato de Marcos, que estamos considerando, nos alienta a imitar la tenacidad de la fe de aquellos cuatro varones, ya que nosotros también, tenemos a nuestro alrededor seres queridos que necesitan ser llevados al Señor Jesús para que se levanten. Imitemos su fe, espiritualizando aquella situación a nuestra medida. Ya no se trata de llevarlos al Señor cargándolo en una camilla, pues el Señor ascendió a los cielos y se sentó a la diestra de Dios, desde donde nos mira, e intercede por nosotros. Sin embargo, en el sentido espiritual los debemos llevar al Señor Jesús igualmente, y esto lo podemos hacer, poniéndolos delante de él en oración.
Debemos confesar que muchas veces las oraciones por nuestros seres queridos, son primeramente, presentándole al Señor todos los detalles de lo que están pasando, y pidiéndole que los ayude y los libre. Sin embargo, si pensamos más detenidamente, nos daremos cuenta de que no debemos decirle al Señor lo que debe hacer, ni cómo debe obrar con ellos, sino simplemente, ponerlos delante, y dejar que el señor en su gracia se manifieste para con ellos, en lo que es verdaderamente su necesidad. Si el Señor, obedeciera siempre nuestros pedidos de intervención, las situaciones a nuestro alrededor cambiarían, pero los nuestros, que estaban necesitando pasar por aquellas cosas para convertirse de corazón, permanecerían en ese alejamiento del alma que Dios procura quitar. Con esto, no queremos decir que no debemos pedirle al Señor que obre en gracia cuando los nuestros pasan por situaciones difíciles, sino que siempre debemos pedir primeramente por el bien de sus almas, por la conversión y para que todas las situaciones cambien, pero, según la santa y perfecta voluntad de Dios, creyendo por fe que él nunca se equivoca, y que si muchas veces, pasan cosas que no comprendemos, son de parte de Dios, tal como está escrito: : “Para a la postre hacerte bien” (Deuteronomio 8:16)
Oremos incesantemente por los nuestros, ésta es la forma de llevarlos al Señor Jesús que siempre tendremos a nuestra disposición. Habrá ocasiones en las cuales no les podamos predicar, influir en ellos, invitarlos a una reunión, ni confiarlos a hermanos fieles que se ocupen de ellos; pero, siempre podremos orar por ellos y para eso, debemos hacerlo sin desmayar, hasta que rompamos el techo.
¡Qué detalle maravilloso el de Marcos 2:4! ¡Qué alentador y aleccionador! Aquellos hombres tuvieron que abrir el techo y eso los hizo seguir adelante sin desmayar. Muchas veces, orando por la salvación y la vida de nuestros seres queridos, en un principio lo hacemos con fuerzas, pero luego, a ver que las cosas no cambian, nos desalentamos y seguimos orando pero con oraciones que parecen por compromiso. Esas oraciones, como se dice habitualmente, no pasan el techo. ¡Hermanos, no desmayemos! Oremos ferviente con fe, no importa el tiempo que lleve, veremos la poderosa mano de Dios glorificarse en lo que pedimos, pero debemos hacerlo insistentemente hasta romper el techo.
Dios siempre responde las oraciones con un SÍ o con un NO, o quizás con un: ESPERA, pero si oramos fervientemente en el Espíritu, y sabemos que lo hacemos conforme a su voluntad, él nos hará ver claramente la respuesta, y si nos tocara tener que esperar, nos dará también la fuerza para no desmayar. Así podremos decir como el salmista: “He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, Y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, Así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, Hasta que tenga misericordia de nosotros” (Salmo 123:2)
Siempre que oremos, habrá un techo que romper. Quizás, sea el techo de la incredulidad al ver que las situaciones son humanamente muy difíciles. O el de la comodidad, ya que muchas veces, ponernos en oración requerirá hacernos tiempo y organizarnos para vencer el cansancio y la pereza. O simplemente será romper el techo que se ha formado por nuestra vida espiritual descuidada. Recordemos que hay situaciones de vida que impiden una buena oración. Pedro, por ejemplo, nos dice en su carta, que si no vivimos una vida matrimonial de manera sabia, nuestras oraciones tendrán estorbo. (1 Pedro 3:7) Pablo nos dice que oremos, pero “Levantando manos santas, sin ira ni contiendas” (1 Timoteo 2:8) es decir obrando santamente, sin rencores, sin enojos, ni reproches. Sin contender con el Omnipotente cuando no comprendemos el porqué de las cosas (Job 40:2) ni lleno de acusaciones hacia nuestros semejantes, carentes de perdón y de gracia.
Oremos levantando manos santas, sin ira ni contiendas, y hagámoslo hasta romper todo techo que nos impida presentar delante del Señor Jesús aquello que deseamos para que él obre. Si así lo hacemos, no seremos defraudados, y comprobaremos lo que dijo el Señor Jesús: “Veréis la gloria de Dios” (Juan 11:40)
¡Dios bendiga su Palabra y nos aliente a una vida más completa de oración!
Lectura de la semana