“En santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Pedro 1:2)
Más allá de si el hombre cree en Dios o no. Si analiza su vida con sinceridad, verá que alguna vez hizo cosas de las cuales no se enorgullece. Reconocerá que faltó gravemente con cosas que ya no están a su alcance poder enmendar, y reconocerá que hay cosas que hacen parte de “su pecado” que no pueden tener perdón.
Al llegar a esa conclusión se toman decisiones. O tratamos de apartar de la mente el recuerdo de lo vivido, del pasado… y nos consolamos pensando que igualmente todos están en la misma situación, porque nadie es perfecto. O dejamos de resistir al Espíritu de Dios que nos trabaja para arrepentimiento, aceptando que hemos pecado gravemente, y que no tenemos solución alguna.
Allí Dios se manifiesta como un Dios “bueno y perdonador, grande en misericordia para con todos los que te invocan” (Salmo 86:5) Pero, no, porque justificará los hechos, considerando el tiempo y el momento, sino porque por esos pecados padeció Cristo en la cruz. Y si el pecador, contrito y humillado como se encuentra, lo recibe como Salvador, será perdonado.
Bajo aquella luz, siendo convencido por el Espíritu, de pecado de justicia y de juicio, Dios le dará un impulso de fe para que se apropie de esa gracia y sea salvo.
Porque todo aquel que en él creyere, será salvo. (Marcos 16:16)
Pensamientos para reflexionar
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