
“Andaré y volveré a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán” (Oseas 5:15)
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” ( Miqueas 7:18)
La Biblia habla claramente de lo que produce el pecado luego de la conversión y por cierto no es para tomarlo livianamente. Sólo, que debemos saberlo bien, pues de lo contrario, le restaríamos eficacia a la suficiencia del sacrificio de Cristo.
El pecado separa al hombre de Dios y lo aleja, por eso, los hombres deben reconciliarse con su creador creyendo en Jesucristo como salvador para que sean borrados todos sus pecados. Ya limpios somos recibidos por Dios como hijos y sellados por el Espíritu Santo para el día de la redención. Es decir, para cuando Cristo venga a buscarnos (Efesios 4:30) Por eso, cuando un creyente peca, obviamente, no pierde su salvación, ni cambia su vínculo con Dios. No pierde su filiación, sigue siendo su hijo. Por eso, es disciplinado por Dios para que vuelva en sí, se arrepienta y confiese su pecado. De esa manera volverá a gozar de lo que sí perdió cuando pecó, que fue el gozo de su salvación y su comunión con el Padre. (Salmo 51:12)
Sí Dios no ha permitido que el hombre permanezca para siempre en el estado pecaminoso y por eso, hasta prohibió comer del árbol de la vida una vez que el hombre desobedeció (Génesis 3:22) No dejará a un hijo suyo olvidado fuera de su comunión, sino que hará que reconozca lo que hizo, se arrepienta y se vuelva confesando su mal.
Pensamientos para reflexionar