“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:16)
“Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29)
Pedro fue un gran hombre de Dios, y su vida, su ministerio, su caída y restauración, dejan grandes enseñanzas espirituales.
Pedro, negó al Señor. Para muchos, en estos días donde muchos cristianos pasan inadvertidos, conformados a este mundo, la negación de Pedro, no parece un pecado grave, sin embargo, lo fue.
Pocos tuvieron el privilegio de Pedro. El vio al Verbo encarnado. Lo confesó como el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Fue elegido como discípulo y como apóstol. Formó el círculo íntimo del Señor, presenció la transfiguración, estuvo en el jardín de Getsemaní… Sin embargo, en el momento crucial falló. Aunque fue advertido, muy seguro de sí mismo, negó a su Señor tres veces con juramentos y maldiciones (Mateo 26:69-74)
Pero Pedro, se arrepintió. Ante la mirada del Señor, lloró amargamente. Trabajado en su corazón, confesó su pecado y gustó el perdón y la restauración.
El Señor le había dicho: “y tú, una vez vuelto confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32) Y así fue. El Señor lo confirmó en su misión, confiándole a sus corderos, y sus ovejas. (Juan 21:15,16)
Muchos podrían haber dicho: ¡Él no puede ser restaurado! La persecución se acrecentará. Su pecado es un mal precedente. Le daremos entrada a ese espíritu de negación… Sin embargo, el Señor a quien perdona restaura, y Pedro, completamente restaurado volvió a su rol para la gloria de Dios.
Pensamientos para reflexionar