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Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. (Juan 1:17)
“Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14)
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad… Y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Timoteo 2:15 y 22)
Los cristianos debemos conducirnos guiados por las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Ellas son para nosotros la ley de Dios. Una ley que a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12) Y estos principios deben siempre considerarse: Santidad, justicia bondad, amor… Un hermano solía decir: No puede conocerse nada del cielo en la tierra, sino en la medida en que se hallen mantenidas inseparablemente la santidad, la verdad y el amor… ¡Qué gran verdad!
Solemos cantar cuando nos reunimos: Del cielo la felicidad haznos aquí gozar… Pero si queremos gozar la atmósfera del cielo deben ser mantenidas inseparablemente la santidad, la verdad y el amor… Estos atributos de nuestro Dios deben encontrarse inseparablemente. No se puede bajo el pretexto del amor tolerar lo que Dios no tolera, ni tampoco excluir lo que Dios no excluye, argumentando que lo hacemos porque somos santos. Porque nadie puede ser más santo que nuestro Señor, ni mostrarse más justo, ni tener más amor que él, por eso nuestra guía es él. Siempre recordemos: A todo aquel que él recibe y no lo echa fuera nosotros no podemos despreciarlo, y todo aquello con lo cual no puede tener comunión, nosotros como cristianos tampoco.
Donde el Señor junta a los suyos como su testimonio, no solo se mantiene lo que consideramos como santidad, sino también la verdad, la justicia y el amor inseparablemente.
Pensamientos para reflexionar
