
“Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho” (Deuteronomio 10:17)
“Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?” (Romanos 9:20)
“¿Por qué contiendes contra él? Porque él no da cuenta de ninguna de sus razones” (Job 33:13)
Dios tiene atributos propios maravillosos que no comparte con nadie, como lo son su omnisciencia, omnipresencia, omnipotencia… Dios es soberano. Sin embargo, el hombre se para frente a Dios para discutirle, cuestionarlo pretendiendo decirle como deben ser las cosas, lo cual, realmente, es una insensatez.
Naamán, el general del ejército sirio, era un hombre valeroso y fiel, pero leproso. Cuando, para ser sanado de su lepra recurrió al profeta de Dios y este le mando a decir que fuera y se lavara siete veces en el río Jordán, se enojó y dijo: “Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado” (2 Reyes 5:11,12)
En una ocasión, estando preso Pablo, Félix, el gobernador, lo mandó a llamar y le oyó hablar de la fe en Jesucristo, pero cuando Pablo habló de otros temas que lo incomodaron dijo: “Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré” (Hechos 24:25)
Pretender decirle a Dios como debe salvarnos y cómo y en qué tiempo estamos dispuestos a oírlo es una locura. Cuando Dios habla, el hombre debe obedecer y aceptar lo que Dios dice como verdad suprema, abriendo su corazón en ese momento.
Recordemos siempre: La salvación eterna se alcanza por la entrega al salvador en respuesta al mensaje del evangelio.
Pensamientos para reflexionar