
Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos… Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que, impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.” (Romanos 13.1,2 y 7)
“Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:17)
Dios dijo por medio de Malaquías: “El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos” (Malaquías 1:6) Porque Dios como Padre merece ser honrado, y si lo invocamos como Señor, debemos obedecerle con temor reverente.
En esos tiempos (400 AC) el pueblo de Dios estaba en un estado espiritual tan bajo, que no solamente pecaban ante Dios, sino que ni siquiera sentían dolor por haber faltado, y preguntaban descaradamente: ¿En qué te hemos fallado?, ¿En qué te hemos menospreciado? Etc.
Es lo que también sucede actualmente. El hombre cuestiona a Dios y le reclama de igual a igual, como lo hacen los hijos frente a sus padres, y como se ve en muchos otros ámbitos donde las personas reclaman desde el plano de la igualdad desestimando los principios de autoridad.
¡Cuidado! No en todas las cosas, todos somos iguales, ni tenemos las mismas prerrogativas, porque no todos tenemos las mismas responsabilidades, hacemos los mismos esfuerzos, ni a todos se nos ha conferido la misma autoridad.
El hombre no está en el mismo plano que Dios, por lo tanto, lo debe honrar en obediencia, recordando que “Dios manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan” (Hechos 17:30) Diciendo: Dame hijo mío, tu corazón (Proverbios 23:26)
Pensamientos para reflexionar