“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16,17)
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo… Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo” (Efesios 2:1-5)
Dios le dijo claramente al hombre que el día que desobedeciera, comiendo del árbol de la ciencia del bien y del mal, ese día moriría. Nuestros primeros padres comieron aquel fruto, pero no vemos que Adán muriera ese día físicamente, pues Adán vivió hasta los 930 años. (Génesis 5.5)
Esto nos enseña que Dios no estaba hablando solamente de la muerte física cuando lo advirtió a Adán, sino que también se refería a una muerte espiritual, por lo tanto, también aprendemos que muerte, no significa lo que interpreta el hombre, es decir, fin de la existencia, aniquilación, o cosas por el estilo, sino separación.
Desde el momento en el que el hombre pecó, murió espiritualmente. Eso quiere decir que el espíritu del hombre, donde radica su pensamiento, su inteligencia, su voluntad, se separó de Dios. No que murió ese espíritu en él, sino que se separó de Dios. Se desorientó, pues en lugar de estar orientado como debe estar en relación con Dios, se orientó en sí mismo, se colocó el mismo por encima de todo y primero en todo, legislándose a sí mismo, pero de manera tan torcida que de esa manera se volvió esclavo de su propio egoísmo y de todas las consecuencias que trae estar separado de Dios. Por eso en la conversión, Dios nos da vida, nos hace renacer en el sentido espiritual. (Efesios 2:1)
Pensamientos para reflexionar