Muchos son los llamados y pocos escogidos

Alguien preguntó:

La Biblia dice: “Muchos son llamados y pocos los escogidos” ¿Quiere decir esto que hay personas que irán a la condenación eterna porque ya nacieron destinadas para perdición? Si no es así, ¿podrían darme una explicación de esos versículos y de por qué habla de escogidos?

Respuesta:

Primeramente, antes de entrar de lleno en el tema, debemos dejar en claro, que nadie se pierde por haber nacido destinado por Dios para perdición. “Dios quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Timoteo) y “Ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16) Nadie queda excluido de los beneficios de la salvación por haber nacido predestinado para perderse. “Porque no nos ha destinado Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:9 BAS) Cristo, “Por todos murió” (2 Corintios 5:15) “Por la gracia de Dios gustó la muerte por todos” (Hebreos 2:9) Dejando este punto en claro, podemos analizar ahora en alguna medida los versículos citados para darles el verdadero y justo significado.

La declaración: “Muchos son llamados más pocos escogidos” la encontramos dos veces en el evangelio según Mateo, en los capítulos (20:16 y 22:14)

El Espíritu de Dios ha querido dejarnos escrito eso, justamente en el evangelio según Mateo, que es el evangelio que presenta un testimonio claro de la gracia de Dios en Cristo Jesús,  primeramente al judío; manifestando también de una manera elocuente, el rechazo de los suyos a esa gracia, rechazando al Mesías. En este evangelio, se presenta un  testimonio lleno de evidencias por medio de las profecías cumplidas del Antiguo Testamento,  que son constantemente citadas por el evangelista y que debían tocar poderosamente el corazón de aquel pueblo.

El capítulo 20 de Mateo, donde tenemos por primera vez la expresión que queremos meditar, continúa tratando  el tema de las recompensas que el Señor dará a aquellos que lo han seguido,  con el cual finaliza el capítulo 19 donde puntualiza: “Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (Mateo 19:30)  Evidentemente el camino cristiano es como una carrera de resistencia. No solo es necesario comenzar bien la carrera, sino también, continuarla bien y sin egoísmos, pues el Señor sabrá valorar cada detalle y el espíritu con el que se haya hecho todo. Por eso, evaluando las cosas de esa manera,  muchos que se consideran primeros serán postreros y muchos postreros serán primeros.

El capítulo 20  donde el Señor habla de los obreros de la viña, muchas veces se ha utilizado para hablar de la salvación y de aquellos que se convierten en los últimos momentos de su vida terrenal.  Pues hay en ese párrafo, principios que podríamos aplicar a la salvación. Por ejemplo: Que la salvación es de Dios. Que Dios es soberano para decidir, y que la salvación es algo que se recibe sobre el principio de la gracia, sin que el hombre deba hacer valer nada. Sin embargo, si nos fijamos bien, aquí el Señor no está presentando el camino de salvación para entrar en el reino, sino más bien las características de ese reino, continuando con el tema de las recompensas, y haciendo énfasis en la gracia, que es el tema principal de la presente dispensación y el gran tropiezo que halló el judío.

Para los judíos, las características de este reino eran algo en lo que tropezaban. No podían aceptar que Dios obrara con  gracia para con todos, sino que, como destinatarios de tantos privilegios, se sentían “primeros” y merecedores,  y que por lo tanto debían ser considerados por Dios de una manera especial. Al hacerles el relato de los obreros contratados para trabajar en la viña, el Señor, les hace ver que en el reino de los cielos,  lo que se manifiesta es la gracia, y que el Señor, aun obrando en gracia, jamás hace algo indebido. Aquellos que pactaron desde el principio, no serían defraudados, recibirían fielmente lo convenido. El error de ellos fue estimar su salario, tomando como base  el salario de los últimos contratados, viendo como el señor de la viña obraba con los demás, no comprendiendo la bondad del amo.

El señor de la viña, cuando recompensa, nadie recibe nada menos de lo que necesita, sino que todos reciben conforme a su necesidad. En el reino de los cielos, el espíritu de codicia, de competición, de superioridad y  de reclamo, no caben. Es un reino donde prima la gracia de Dios, y la gracia es un favor inmerecido. Vemos que en esa viña, estaban aquellos que habían pactado y otros,  quienes simplemente  se pusieron al servicio, esperando solo en la gracia del Señor de la viña trabajando de corazón.

Los obreros de la viña que sintieron disconformidad y murmuraban, manifestaban el espíritu que generalmente se hallaba en los judíos, quienes se adherían a “la propia justicia” mientras que los otros, eran aquellos que solo esperaban en la gracia de Dios. Por este motivo, Muchos se sorprenderán, al ver que los postreros  serán primeros, antes que aquellos que podrían parecer más merecedores, pero que sin embargo, actuando especulativamente quedarán como postreros, por haberse manifestado en ellos ese espíritu de regateo y de incomprensión de lo que es el corazón de Dios obrando en gracia.

Pablo, de sí mismo declara: “Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí.  Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles…  Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Corintios 15.8-10) Tenemos aquí  un ejemplo, de alguien que entró como postrero a trabajar en la viña del Señor, pero que sin embargo, será recompensado  mucho más que otros que estuvieron desde el comienzo y  formaron parte de los primeros en trabajar en el evangelio.

“Porque muchos son llamados, mas poco escogidos”   Ante esta frase nos preguntamos: ¿Quiénes son entonces los escogidos en ese reino? Los escogidos, son aquellos que reconocen la gracia de Dios,  esperan en el Señor y  le sirven fielmente de corazón, acogiéndose a la gracia que se dispensa y no aferrándose “a su propia justicia” (Filipenses 3:9)

En el párrafo de (Mateo 22:1 al 14) donde se encuentra nuevamente la expresión de “los llamados y los escogidos”, tenemos una descripción maravillosa  de lo que ha sido la invitación a la gracia de Dios, a los privilegios de la comunión, prefigurados en la invitación  a una boda para que se sienten a su mesa a disfrutar el banquete de Dios; cosa que los judíos rechazaron categóricamente.

El versículo 3, hace ver el rechazo claro que manifestaron los convidados,  cuando fueron convocados por Juan el bautista. El versículo 4, nos muestra el rechazó que sufrieron los otros siervos, que fueron enviados posteriormente por el Señor,  a quienes afrentaron y los mataron. Debido a eso, el Señor anticipó en el versículo 7, que aquella ciudad sería invadida por los ejércitos y quemada,  y  aquellos homicidas serían destruidos.  Eso se cumplió fielmente en el año 70 de nuestra era, cuando la ciudad de Jerusalén, la ciudad “que mata a los profetas, y apedrea a los que le son enviados” (Mateo 23:37) fue invadida por los ejércitos que la saquearon y quemaron su templo. Pero el Señor, también anticipó que el llamamiento a ese banquete especial, se extendería todavía más, llamando a todos los que quisieran venir, de manera tal que la boda fuese llena de convidados.

Los reyes, en tiempos bíblicos, eran personas tan poderosas que tenían en sus manos, literalmente,  el destino de las personas. Por lo tanto, esta parábola debe tocar fuertemente los corazones. Nadie podía presentarse  delante del rey sin ser llamado, y nadie podía tener la osadía y el descaro de rechazar una invitación de parte del rey. Sin embargo, aquellos hombres rechazaron la invitación y aún más, afrentaron a los siervos de aquel que los estaba convidando a tan inmenso privilegio. La gente que accedía a la invitación, por lo general, debía de hacer un largo camino hasta llegar al palacio. Los reyes, tenían por costumbre, vestir a sus convidados para que nada desentone en la majestuosidad de su presencia. Los que entraban por la puerta, eran bien recibidos, y lavados y cambiados, con el vestido provisto por el mismo rey,  pasaban a disfrutar de las excelencias de aquel lugar.

Cuando entró en rey a ver a los convidados, dice el relato bíblico: “Vio a un hombre que no estaba vestido de boda Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Más él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.  Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 22:11-14)

Este invitado, seguramente no entró por la puerta, lo cual nos habla de ingresar a la presencia de Dios por medio de Jesucristo, quien dijo: “Yo soy la puerta, el que por mí entrare, será salvo” (Juan 10:9) Seguramente, como muchos hoy en día, quiso imponer el mismo las condiciones y no se dejó revestir, pensando que así como estaba, bastaba para estar en la presencia del rey. Todo estuvo bien para aquel convidado, hasta el momento en el que el rey ingresó en la escena. Eso nos recuerda a Adán y Eva, quienes se vistieron con hojas de higuera porque tuvieron vergüenza al verse desnudos y de esa manera se tranquilizaron, pero ni bien escucharon a Dios pasearse en el huerto, huyeron a esconderse, atemorizados,  al darse cuenta de que ese vestido verdaderamente no los cubría. Dios finalmente cubrió la desnudez de Adán por medio de un sacrificio, y le hizo una túnica de pieles; así como cubrió nuestra desnudez y vergüenza espiritual mediante el sacrificio perfecto de Jesucristo, vistiéndonos de salvación. Los salvos podemos decir con sentimientos de adoración: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia” (Isaías 61:10)

Esto es lo que vemos en la parábola de los convidados a las bodas. Todo aquel que está cubierto por Dios, revestido de Cristo (Gálatas 3:27) es apto para estar en la presencia de Dios y no debe temer el ser echado fuera. Pero todo aquel que se presente revestido de su propia justicia, constatará que eso no le alcanza, y será echado fuera, donde será el lloro y el crujir de dientes, “Los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1:9)

Considerando de esta manera la escena, no tenemos dificultad en comprender la frase: “Porque muchos son llamados y pocos escogidos” porque vemos que habiendo sido muchos los que fueron llamados, solo fueron escogidos los que accedieron al llamamiento, y se dejaron vestir con vestiduras de salvación.

El hombre se pierde, por no querer acudir a Cristo (Juan 5:40) Por no dejarse cubrir con ese manto de justicia que Dios provee en Cristo Jesús.

En la Biblia encontramos que Dios “nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4) Que escogió un pueblo, (Israel) para que fuese testigo suyo.  Que escogió, según su soberanía, a personas para servicios y ministerios diversos. Sin embargo, nunca lo vemos escogiendo a personas para perdición. Por lo tanto, los versículos que se han citado, de ninguna manera tratan acerca de personas que  han sido escogidas para perdición.


Preguntas bíblicas

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