“Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente” (Salmo 84:6)
Moisés se encontró con las aguas amargas en MARA. (Éxodo 15:23-25) Allí, ante la amargura, clamó a Jehová, y Dios no quitó la amargura como respuesta a su clamor; sino que le mostró un árbol, y Moisés “lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron”
Ese árbol representa al Señor Jesús, de quien se nos dice: “Que fue como árbol plantado junto a las corrientes de las aguas” (Salmo 1:3)
Esto nos enseña que cuando colocamos a Cristo en nuestras amarguras, todo cambia. Las aguas se endulzan.
También, el árbol, habla del poder del madero, lo cual nos hace pensar en la cruz. Entonces recordamos: que Cristo “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24) Lo cual sugiere que en las cosas que nos causan amargura, es necesario el poder del madero, pues allí, encontró fin el viejo hombre, “que está viciado conforme a los deseos engañosos” “habiendo sido crucificado juntamente con él” (Efesios 4:22) (Romanos 6:6)
Generalmente, en nuestras amarguras, se evidencia la falta del Señor Jesús, y la manifestación de la vieja naturaleza que no se conforma. Introduzcamos al Señor en cada detalle de nuestra vida, considerándonos muertos al pecado.
Con el Señor, y aplicando la muerte a la carne, las amarguras se irán. Él, es el árbol de Mara.
Recordemos: Una cosa, es sentir dolor. Otra, sentirse amargado.
Pensamientos para reflexionar