
“Y vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas, y les dijeron: Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a él ofrecemos sacrificios desde los días de Esar-hadón rey de Asiria, que nos hizo venir aquí. Zorobabel, Jesúa, y los demás jefes de casas paternas de Israel dijeron: No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios” (Esdras 4:2,3)
Samaría estaba despoblada, asolada por las batallas y sin cultivos. Culturas nuevas con sus ídolos habían sido traídas para habitarla y las fieras del campo comenzaron a multiplicarse. Aparecieron leones que mataban a las personas y ante eso, los habitantes de la tierra temieron y le dijeron al rey que eso era un castigo divino a causa de que los habitantes no conocían la costumbre del Dios de esa tierra. Por eso, el rey de Asiria mando que trajesen sacerdotes israelitas que les enseñaran las leyes del país a todos los habitantes. Los cuales adoraron a Jehová pero sin dejar de adorar a sus ídolos abominables. De esa manera, adoraban a Dios y a los ídolos.
La gente se entremezcló y el resultado de esa mixtura fueron los llamados samaritanos con los cuales los judíos no querían tener trato, por considerarlos una raza impura. Los samaritanos consideraban el Pentateuco como Palabra de Dios, pero no así otras partes de las Escrituras. Tenían al monte Gerizín como centro de reunión y bendición. Tenían la esperanza en un Mesías venidero, decían ser, debido a la mezcla de su linaje, descendientes de Jacob, pero practicaban la idolatría rindiéndole culto a sus dioses. Por esta causa, en tiempos de Esdras los samaritanos, no trabajaron juntamente con el pueblo de Dios en la reconstrucción y como se ve en tiempos de Jesús, ni siquiera se hablaban con los judíos. (Véase Juan 4)
Continúa en la parte 3
Pensamientos para reflexionar