
“Conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios. Porque después que me aparté tuve arrepentimiento” (Jeremías 31:18,19)
Cuando la carne se manifiesta en nosotros, la actitud que tomamos luego de equivocarnos, tiene más consecuencias que la equivocación en sí.
Esto, no porque la equivocación no tenga importancia, obviamente la tiene, pero, Dios en su gracia, siempre nos da la oportunidad de arrepentirnos. En cambio, si luego de equivocarnos, nos justificamos y no queremos arrepentirnos, eso tendrá mayores consecuencias que la equivocación misma.
Una vez “El sumo sacerdote Ananías ordenó a los que estaban junto a él, que golpeasen a Pablo en la boca. Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear? Los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios injurias? Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo. (Hechos 23:5)
Pablo se equivocó, pero, reconoció su falta.
Equivocarnos, es algo que sucede debido a nuestra naturaleza arruinada por el pecado. Recordemos siempre que “la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:20)
Quien haya pecado, debe inmediatamente volverse atrás, y confesar su pecado sin excusas.
“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13)
El pecado no confesado, interrumpe la comunión con Dios y quita la paz.
Pensamientos para reflexionar