“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado… Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:9-13)
Ante la ley, todo ser humano es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Ante Dios, podríamos decir que todo ser humano es pecador y está perdido, hasta que demuestre lo contrario. Es decir: hasta que confiese a Jesucristo como su único y suficiente salvador.
Ante Dios, el hombre no tiene presunción de inocencia, pues los únicos inocentes fueron nuestros primeros padres: Adán y Eva, pero desobedecieron y así el pecado entró en el mundo, por su culpa, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Romanos 5:12)
Adán fue creado a imagen y semejanza de Dios, pero luego de su caída engendró hijos a su semejanza, conforme a su imagen. (Génesis 5:3). Todos nosotros, como descendientes de Adán, tenemos el pecado heredado. (Salmo 51:5) y somos pecadores por naturaleza. Dios viéndonos en esa condición, envío a su Hijo desde los cielos para que pagara por nuestros pecados muriendo en nuestro lugar. Por eso, ahora, quien reconociéndose pecador cree en el Señor Jesucristo como su salvador, es salvo (Hechos 16:31).
No se trata de practicar una religión, haber tenido el privilegio de nacer en un ambiente cristiano; ni de mostrarse conteste con la fe cristiana. Es necesario creer y confesar a Cristo, pues, todos los seres humanos, son pecadores y necesitan a Cristo para ser salvos.
Pensamientos para reflexionar