
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:14)
“Hermanos… mirad a los que así se conducen” (Filipenses 3:17)
Los seres humanos somos arrastrados por una fuerza invisible que nos lleva a hacer cosas. Lo importante es saber qué fuerza es la que nos arrastra. La Biblia dice que los hijos de Dios son guiados, llevados, inducidos, por el Espíritu Santo. Siendo así, no hay problemas, ni cosas que lamentar. Pero, si en lugar de ser guiados por el Espíritu, somos conducidos por otro guía, las cosas cambian. Allí sí que habrá que lamentar consecuencias.
La carne siempre tiende a tomar la dirección y muchos se guían por ella. Por sus deseos, su parecer, o directamente dejándose llevar a lo que su naturaleza les indique. ¡Terrible error! Esto solo garantiza el pecado y el pecado jamás es gratis, siempre se paga por él.
Otras personas, tratando de obrar correctamente se guían por lo que les dicta su consciencia. Esto obviamente es mejor pues la conciencia es una facultad que al hombre lo acusa o lo defiende, le muestra lo malo y lo bueno, pero dada a la condición que nos encontramos a causa del pecado, la conciencia ya no es una guía segura. La conciencia puede encontrarse cauterizada, acostumbrada al mal, etc. Por eso Pablo decía: “y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo” (Romanos 9:1) Pues la guía del creyente es el Espíritu Santo con el cual Dios sella al creyente desde el momento de su conversión (Efesios 1:13)
Pensamientos para reflexionar