
PRÓLOGO:
“EL SUEÑO DE UN ANCIANO CREYENTE”, es un escrito breve que narra el asombro de un cristiano fiel, ante el estado actual de la iglesia. Al decir “la Iglesia”, no nos referimos a la Iglesia tal o cual, como se denomina actualmente, sino a la Iglesia en su forma universal; es decir, tal como la presentan las Sagradas Escrituras, como el conjunto de todos aquellos que han recibido a Cristo como su Salvador personal y han pasado de muerte a vida.
Bajo el relato de un sueño, se narra de manera simple, pero contundente, lo que ha sido la mano del hombre transformando las actividades cristianas. Las reuniones, la forma de conducirse en la Iglesia y la doctrina cristiana; llegando inclusive a introducir, en muchos casos, herejías destructoras.
“Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras” (2 Pedro 2:21)
Un pequeño libro así, como el que presentamos, resulta útil para despertar nuestro limpio entendimiento, ya que somos parte de una generación de creyentes, acostumbrados a ver y oír en la cristiandad, cosas, que sí pensamos, eran intolerables en tiempos apostólicos. Muchos aducen que los tiempos cambian y que hay cambios que modifican costumbres. Que el evangelio llegó a culturas muy diferentes y cosas por el estilo. Obviamente, los tiempos cambiaron y en casi dos mil años de estadía de la Iglesia en la tierra, debido a los adelantos tecnológicos, los cambios en las civilizaciones, etc., hacen que muchas cosas sean diferentes. Pero no nos referimos a esos puntos, ni a esos cambios intrascendentes que no alteran los principios bíblicos; sino que el libro se enfoca en resaltar aquellas cuestiones que invalidan los mandamientos del Señor, dejado a los suyos. Mandamientos que forman parte de la Palabra de Dios, que no cambia, pues “la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 Pedro 1:25)
“EL SUEÑO DE UN ANCIANO CREYENTE”, es un libro que toca y define, aunque de manera breve, temas muy profundos, como los son, entre otros tantos temas: La reunión en torno al Señor y el salir hacia Cristo, fuera del campamento, con lo que eso representa para nosotros en el sentido espiritual en nuestros días. Expuestos sin ánimo de ofender a nadie, sino por el contrario, con el sentimiento de “la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11:28) “Y todo, muy amados, para vuestra edificación” (2 Corintios 12:19)
Desde luego, hay muchos otros aspectos de la doctrina cristiana que, dado a la brevedad de este opúsculo, no son tratados; pero con lo expuesto, creemos que tenemos un hermoso libro para reflexionar.
Alentamos al lector a meditarlo detenidamente y compartirlo con otros.
“Jesús dijo: El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:16,17)
Editores
EL SUEÑO DE UN ANCIANO CREYENTE
Un anciano, preocupado por el estado actual de la Iglesia, un día, apenado por eso, se acostó pensando cómo habían cambiado las cosas en las congregaciones cristianas. Cómo la Iglesia del Señor, que debería estar junta y unánime, se encontraba dividida en tantas denominaciones para poder diferenciarse los unos de los otros, negando de esa manera el testimonio que el Señor pretende de los suyos: Testimonio de la unidad del cuerpo de Cristo.
Pensaba, qué difícil sería para el Apóstol Pablo hoy en día, enviar una carta a la Iglesia de tal o cual localidad. Pues, si se propondría escribir una epístola ¿A qué congregación la enviaría? Sin duda, viendo tantas divisiones, Pablo llegaría a pensar que no habían leído las cartas que les había escrito a los Corintios, donde expresaba: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis toda una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer… ¿Acaso está dividido Cristo?” (1 Corintios 1:10,13) “porque diciendo el uno, yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no soy carnales? (1 Corintios 3:4)
El anciano pensaba, qué distintas se veían las cosas en el tiempo actual. Obviamente, ninguno de los creyentes que hoy viven sobre la tierra, a los cuales les toca testificar acerca de la verdad y de la gracia de Dios, vivió en los primeros tiempos de la Iglesia; donde no había divisiones, y si había manifestaciones de la carne o ataques del enemigo que atentaran contra la unidad de la Iglesia, la autoridad apostólica, allí presente en persona, ponía en orden todas las cosas. Hoy ya se nace en medio de la confusión religiosa, en medio de innumerables divisiones formadas hace cientos de años. Estas divisiones se asumen y naturalizan, se toman como algo normal, sin ni siquiera pensar que Dios las desaprueba de plano, y que espera que los creyentes, no se conformen con el mal menor, sino que busquen la verdad pura.
Cada vez que la verdad de Dios en cuanto al andar de su pueblo se vio atacada por el enemigo y dejada de lado por muchos, la voz de Dios se hizo oír, remitiéndonos a aquello que ha sido desde el principio. Por lo cual dice: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jeremías 6:16)
¡Cuánto dolor le causará al Señor vernos divididos! Él, que oró al Padre, por los suyos, diciendo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20,21)
El sueño
En estos pensamientos estaba el anciano, cuando se quedó dormido. Esa noche soñó algo extraño. Soñó que un creyente, siervo del Señor de los tiempos apostólicos, se encontraba en la época actual, visitando a los hermanos con el deseo de compartir la Palabra de Dios con ellos.
Para tal fin, y hasta encontrar a los cristianos reunidos, se dispuso aprovechar cada oportunidad, para anunciar con sencillez el evangelio de la gracia de Dios a los presentes que iba encontrando a su paso; tal como había visto que hacían los apóstoles del Señor, los cuales, sin uso de propagandas, ni anuncios que centraran la atención de los oyentes sobre sus personas, aprovechaban cada oportunidad para hablar de Cristo.
El asombro al ver las distintas “iglesias”
En su camino, aquel hombre venido de los tiempos antiguos, se encontró frente a un gran edificio que relacionó con los templos griegos. Se detuvo y observó pasmado a una gran concurrencia que devotamente se inclinaba ante las imágenes, colocaba ofrendas florales, recitaba oraciones y hasta derramaban lágrimas frente a aquellos objetos inertes. Totalmente sorprendido, vio a un sacerdote pasar por un enlosado que oficiaba a manera de púlpito y colocarse a cierta altura a la mirada de todos, teniendo a sus espaldas una gran cruz. Esto, al parecer lo estremeció, y sintió, lo que Pablo en aquella ocasión en Atenas, donde se nos dice: “su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (Hechos 17:16) Al verlo, atónito y con aspecto extraño para la época, el sacerdote lo interpelo, preguntándole de dónde venía. El visitante, se acercó y mirando a su alrededor, en voz alta dijo: – “Yo vengo de parte del Señor para anunciaros que de estas vanidades o convirtáis al Dios vivo. Él envió a Jesucristo, su Hijo Unigénito, para que llevara nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, allí en el monte calvario; en una cruz, como esa que tenéis vosotros, pues al parecer, sois romanos y quizás aún la seguís utilizando para dar pena de muerte. Necesitáis saber que Dios espera que os volváis en arrepentimiento, que él será amplio en perdonar, si aceptáis a Cristo como salvador. Porque “Hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5) y “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12) ¡Dejad la idolatría y acercaos a Dios! ¡Derribad esas imágenes y adorad al único y sabio Dios! –
Mientras el visitante los arengaba de esa manera, el sacerdote le pedía silencio, aclarándole que no se trataba de un templo pagano, sino de una Iglesia Cristiana. Que creían en Jesús, y que estaban sirviendo a Dios…
Esto confundía más las cosas, y entonces el visitante le preguntó: – “Si decís conocer a Dios, ¿cómo os postráis ante las imágenes? Si sois ministros de Dios ¿por qué os cubrís la cabeza para oficiar, mientras las cabezas de las mujeres están descubiertas, haciendo afrenta también con eso? (1 Corintios 11:4,5) Verdaderamente no os entiendo. Si tenéis la Palabra de Dios, leedla y obedecedla. No podéis servir a Dios y a otras cosas que le son ajenas…-
Mientras el visitante resaltaba estas cosas, lo condujeron apresuradamente hacia la parte de atrás, para que se retirase y de esa manera evitar que la gente lo escuchara.
Siguiendo el camino, se encontró con un salón muy grande, con gente reunida y se preguntó que sería ese espectáculo. Al acercarse vio que, al parecer, era una reunión cristiana. Ingresó al salón y se sentó entre los asistentes, mientras alguien llevaba a cabo el servicio religioso. El predicador se paseaba de un lado al otro del escenario con un libro en la mano, vociferando, e induciendo a la concurrencia a hacer un pacto con Dios.
El predicador decía: Dios quiere bendecirlos, pero ustedes no deben proceder mezquinamente. Hagan un pacto con Dios. Ofrézcanle su dinero y Dios los bendecirá en relación a lo que ustedes pongan. Escrito está en la Palabra: “Traed los diezmos al alfolí…” (Malaquías 3:10) o Quieren que Dios les diga: “Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado” (Malaquías 3:9) Y continuaba arengándolos: Dios es un Dios de prosperidad, pero para cosechar tienen que sembrar, así que deben esmerarse en ofrendar y diezmar como lo hicieron siempre los santos. Deben dar aún más allá de sus fuerzas. De lo contrario, no se quejen, si Dios nos los bendice materialmente.
En ese momento, el visitante se puso de pie y le preguntó al presunto predicador: – ¿Quién eres tú que engañas así a las almas? –
El predicador sorprendido dijo: – Yo soy el Pastor y estoy en mi Iglesia, pero, ¿Quién es Usted para interrumpirme? –
-Yo soy simplemente un creyente en Cristo. Un hijo de Dios por gracia, y veo que estáis en un grave error y en una blasfemia. El Pastor del rebaño es Cristo, pues él dio su vida por las ovejas. Si habéis recibido el don pastoral deberías servir a la grey con toda humildad y no ufanarte diciendo que eres “el Pastor”. Podrás ser, quizás, en el mejor de los casos, un pastor. Un pastor más que ha recibido ese don de parte de Dios, pero jamás “El Pastor” Pues el único Pastor, así en singular, tal como lo podréis ver en las Escrituras, es Jesús. También debes tener presente que la Iglesia no es tuya, “pues el Señor la ganó con su propia sangre” (Hechos 20:28) y que Dios, no bendice a sus hijos a condición de que ellos aporten dinero. Estáis saqueando a los fieles y habéis caído en el error de los judaizantes. ¿De quién habéis aprendido que debes aplicar la ley del diezmo a la Iglesia? ¿No sabéis que no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia? ¿No sabéis que eran los hijos de Leví, los que tenían mandamiento de tomar del pueblo los diezmos según la ley? (Hebreos 7:5) ¿No sabéis que no podéis decirle a los hermanos que son malditos con maldición por no haberte entregado el diezmo de sus ingresos? La ley era un ministerio de condenación, por lo cual era normal que el hombre, al no cumplirla fielmente, cayera bajo maldición; pero habiendo venido Cristo, y habiendo sido hecho maldición, ocupando nuestro lugar, los creyentes, somos “bendecidos con toda bendición espiritual” (Efesios 1:3) ¿No habéis leído lo que está escrito en cuanto a la ofrenda para la Iglesia? ¿Por qué os colocáis bajo la imposición de la ley del diezmo? ¿Lo hacéis porque os es provechoso, o porque habéis sido confundido por los judaizantes? …-
Ninguna de estas preguntas tuvo respuesta, sino que fue despedido de aquel lugar, acusado de ser un perturbador; pues los tiempos habían cambiado y ellos, en este tipo de iglesias, se manejaban de esa manera.
El visitante se preguntaba: ¿No habrán leído las cartas apostólicas? Verdaderamente, por lo que estoy viendo viven en una gran confusión.
En estos pensamientos se encontraba abstraído, cuando, de repente, pasó frente a un salón inmenso y vio a centenares de personas entrar y salir llenos de algarabía. Preguntó que ocurría allí adentro, pero el sonido de la música era ensordecedor, y no llegaba a comprender lo que le respondían. Grandes equipos de música con potentes amplificadores resonaban en aquel lugar, y las personas danzaban al compás de aquello que los extasiaba. Por lo que pudo entender se trataba de un concierto, un recital. Algo de los tiempos modernos donde al parecer todos se desenfrenaban.
En aquel sitio, el mundo lo llenaba todo. Luces, decorados, vestimentas… Todo allí era totalmente ajeno al visitante, por lo cual recordó: “Salid de en medio de ellos, y apartaos dice el Señor (2 Corintios 6:17) “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16) pero al huir, alguien lo detuvo y con una sonrisa le dijo: – “¡Dios lo bendiga! ¡Jesús le ama! Hoy estamos aquí para presentarle el amor de Dios. –
El visitante, sorprendido le preguntó: – ¿Cómo? ¿Conoces al Salvador Jesucristo? ¿Cómo es que si lo conoces te encuentras aquí? –
-Sí- respondió el joven de cabellos largos y teñidos, que le salió al encuentro luciendo un peinado extraño – con gusto le invito a quedarse, escuchará buena música y luego la palabra potente de Dios por medio de la Pastora que estará predicando… Esto que usted ve, es un concierto de “música cristiana”. Estamos haciendo una campaña evangelística, titulada: “Jesús cambió mi vida… Puede cambiar también la tuya”, –
El visitante se quedó perplejo y respondió: -Él también cambió la mía –
-Y a partir de allí las cosas viejas pasaron, todas fueron hechas nuevas. Mi corazón desborda de alegría cuando pienso en lo que ha sido la gracia de Dios cuando “Jesús se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo” (Gálatas 1:4)
Si el Señor Jesús cambió tu vida ¿qué haces unido a las cosas del presente siglo malo? ¿No sabes que si eres salvo debes andar en un camino de santidad y obediencia? ¿No habéis leído que debes seguir la santidad, sin la cual nadie verá al Señor? No puedes tener comunión con él si no dejas las cosas del mundo. –
A todo esto, el joven respondió: – Bueno, bueno, no es para tanto tampoco. No hay que ser religioso. Uno muchas cosas las hace con el fin de ganar a las almas para el Señor. Porque también está escrito: “Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Corintios 9:22) –
El cristiano visitante le respondió – Sí, es verdad que el apóstol Pablo escribió aquello para la iglesia en Corinto, pero vosotros lo estáis interpretando mal. Lo que vosotros hacéis no es seguir el ejemplo del apóstol. Jamás debéis sacrificar los principios bíblicos aduciendo que lo hacéis para lograr un buen fin. El apóstol Pablo, obraba de otra manera muy distinta para ser copartícipe del evangelio. Si queréis llegar a las almas, recordad bien, que no seréis vosotros, ni vuestras palabras, ni vuestros métodos gratos para aquellos que se encuentran alejados de Dios, los que podrá convertirlos, sino LA PALABRA DE DIOS accionada por el Espíritu Santo. “La ley de Jehová es perfecta que convierte el alma” (Salmo 19:7)-
-Bueno-, concluyó el joven – no sigamos discutiendo. Cada cual es dueño de tener su propia interpretación, y si no le gusta, o no está de acuerdo, siga su camino. En la zona encontrará otras iglesias más formales. “Iglesias muertas, quedadas en el tiempo” Quizás allí se sienta usted más cómodo- Y se retiró.
Es difícil describir el dolor que sintió en su corazón aquel fiel siervo de Cristo que se hallaba de visita. Caminaba y observaba como, aparentemente, había avanzado el cristianismo, pero, estaba sorprendido al ver el proceder de los que se llamaban cristianos y sus formas de conducirse.
Recorriendo la ciudad, encontró hermosas salas de reunión, donde se congregaban los creyentes, pero, le llamó mucho la atención, que la mayoría de reuniones estaban destinadas a actividades sociales. En uno de esos salones, preguntó en qué momento podría encontrar a los hermanos, para compartir juntos la meditación de la Palabra. Allí se le respondió, que en esos días sería imposible, tenían todos los horarios ocupados con cursos de manualidades, talleres para dejar de fumar, reuniones de matrimonios, y las actividades juveniles, donde organizaban los campamentos, dedicados a los deportes, el esparcimiento y la confraternidad. En los lugares así, disponían de momentos breves, para exposiciones cortas de la Palabra, para no saturar a la concurrencia y mayormente a los jóvenes, a los cuales, según ellos argumentaban, si los saturaban con mucha enseñanza bíblica, se cansarían, y en lugar de venir a las reuniones se irían al mundo.
No habiendo encontrado acogida en aquel lugar, pasó por infinidades de lugares que realmente lo impresionaron: “Tenían apariencia de piedad, pero negaban la eficacia de ella” (2 Timoteo 3:5) Eran sectas religiosasque no tenían la doctrina de Cristo. Lugares con creencias místicas, donde mezclaban al cristianismo con prácticas del judaísmo y del paganismo.
Finalmente, después de haber andado bastante, encontró una construcción muy antigua, que le llamó la atención. Era un pequeño salón de reuniones. Un lugar muy lindo, sobrio, sin pompa, donde finalizaban una reunión. Al observar a la concurrencia notó también un aspecto piadoso. Saludó, lo saludaron, pero vio que todos se estaban despidiendo. Al notar que ya se iban, se acercó a una señora mayor y le preguntó si no tendrían alguna otra reunión a continuación, a lo cual la señora, mientras arreglaba las cosas de su cartera le contestó:
-Oh, no, hoy ya no. Acaba de finalizar la reunión. En esta época del año tenemos una sola reunión dominical. En verano tenemos dos. Una, bien temprano por la mañana y la otra al anochecer. De esa manera, podemos venir a las reuniones, pero también tener el domingo libre para disfrutar del descanso y de la familia. –
El visitante siguió preguntando: – Son muchos los que os reunís en este lugar? ¿Suelen invitar a la gente para que escuche el evangelio? ¿Cuándo se juntan para el partimiento del pan? –
La señora respondió: -En realidad somos un buen número, aunque antes éramos más. La congregación se mantiene, pues nuestros niños se van incorporando de a poco. En esta Iglesia se reunieron nuestros abuelos, nuestros padres, y ahora nosotros con nuestros hijos y nietos. La Santa Cena del Señor la celebramos el primer domingo de cada mes. Rara vez vienen personas de afuera a nuestras reuniones, pero, obviamente, pensamos en la obra del evangelio y para eso, todos los años, hacemos una ofrenda para la obra misionera que se lleva a cabo en otros lugares. –
Queriendo aprovechar la ocasión, el visitante le sugirió a la señora, si no podría, antes de que se retiraran todos, decirles a los hermanos que se quedaran un ratito más para compartir la Palabra. Le comentó que venía de muy lejos, y que lamentablemente, no había encontrado con quienes poder reunirse para abrir las Escrituras.
Algo apenada la señora le dijo: – Oh, ¡cuanto lo lamento! Pero la reunión ya terminó y difícilmente aceptarán quedarse unos momentos más. Hoy la reunión se extendió unos diez minutos más de lo acostumbrado y todos miraron impacientes sus relojes. Los hermanos quieren irse rápidamente a sus hogares. –
-Está bien, comprendo- dijo el visitante, quien, al observarlos, notó que nadie salía con libros en sus manos. Intrigado le preguntó a la señora, si no tenían Biblias y la señora le contestó: – Oh, sí, desde luego que las tenemos, pero el ministro que se encarga de dar el sermón cada domingo es quien la lee, así que no necesitamos venir cargando con ellas. Algo parecido nos sucede con los himnarios, ya que los cánticos los conocemos bien y en el local los tenemos a disposición junto a los velos o mantillas que utilizamos para la reunión de la Santa Cena, pues últimamente, sólo las hermanas mayores nos cubrimos. Entre los jóvenes se va perdiendo esa costumbre. Por eso, como habrá notado, podemos asistir cómodamente a las reuniones sin demasiadas cargas. –
El visitante estaba consternado, no podía creer lo que estaba viviendo, y en su asombro exclamó: – ¡Verdaderamente, tenéis una profesión cristiana sin vida! –
Su desasosiego
Para sus adentros se decía: ¡Qué triste es el estado en el que se encuentra la cristiandad! Seguramente, en estos lugares habrá personas que son salvas, y “Dios conoce a los que son suyos” (2 Timoteo 2:19) Pero, ¡Cuán poco apego a la Palabra de Dios! ¡Cuántas costumbres nuevas habían incorporado los creyentes, dejando de lado las enseñanzas escritas para la Iglesia de Jesucristo! ¡Qué poco fervor por Aquel que tanto nos amó” …
Ver el presente estado de cosas era realmente desgarrador. El visitante perplejo se preguntaba, qué es lo que había sucedido con el correr de los años en la Iglesia, pues lo que él había vivido de su fe cristiana, en los primeros tiempos de la Iglesia, era una manifestación de fe completamente distinta. Él, al convertirse había conocido la persecución, el vituperio y las tribulaciones. El despojo de sus bienes y el haberlo dejado todo por amor a Cristo, como todos aquellos que en esos momentos confesaban su fe. (Hebreos 10:32-34) Conoció bien la sencillez de las reuniones al no ser “muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” (1 Corintios 1:26) Sin embargo, en esos momentos, donde además debían combatir las falsas enseñanzas de los judaizantes, el gnosticismo y el mundo en su contra, permanecían fieles en su fe, “absteniéndose de toda especie de mal” (1 Tesalonicenses 5:22)
No podía comprender como ahora, que el cristianismo estaba asentado y establecido en la tierra, los creyentes se habían deslizado tanto. Desconsolado, cayó de rodillas y con lágrimas en sus ojos, volcó su corazón en oración al Señor.
El encuentro deseado
Mientras oraba, alguien se le acercó respetuosamente. Le llamó un poco la atención la vestimenta y su figura, como sacada de un cuento; pues no imaginaba que era un creyente de los tiempos apostólicos que había viajado en el tiempo, para visitar a los creyentes de occidente en estos tiempos actuales.
Cuando terminó la oración, el anciano, dulcemente le preguntó acerca de su tristeza, lo indagó acerca de su fe en Cristo y le hizo saber cuán grato era para él, ver a un hombre de rodillas orando en este tiempo, en un mundo que vive completamente alejado de Dios e indiferente a las cosas santas.
El visitante, le contó sus experiencias y el creyente, aunque también asombrado, lo comprendió perfectamente.
-Yo también viví experiencias similares- sollozó el anciano. –Y comprendí el significado de la promesa de nuestro Señor: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20) Notodos los creyentes conocen y gustan está porción- acotó el anciano. -Lugares para reunirse hay muchos. Congregaciones muy numerosas, donde sin duda hay hijos de Dios, y Dios obra para salvación en las almas, pues muchas veces se ven conversiones genuinas, a pesar de reunirse desobedeciendo las enseñanzas de la Palabra. Pero la promesa del Señor, escrita en el evangelio de Mateo 18:20 es otra cosa. Allí, él mismo, en persona, ha prometido estar, donde se encuentran congregados en o (hacia) su Nombre. Es decir, hacia su persona. Atraídos hacía lo que él es y declara su nombre. Su nombre lo declara como: El Señor, el Salvador, el verdadero Emanuel, Dios con nosotros…
Comprendí que, aunque todos los creyentes reivindiquen estar congregados en su nombre, el hacerlo implica que: Él sea el centro de la reunión y no el ministro o predicador. Donde su Palabra sea la fuente de autoridad a consultar y obedecer y no un dogma de fe redactado por hombres que en algún momento establecieron ciertos estatutos. Y donde el Espíritu Santo, sea quien dirija todas las cosas con total libertad, obrando en la Iglesia, no únicamente a través de una sola persona que se arrogue ese derecho.
Para poder gustar eso, – dijo el anciano. – Tuve que comprender y hacer una realidad aquella exhortación que dice: “Salgamos pues a él, fuera del campamento, llevando su vituperio” (Hebreos 13:13) Ya que el cristiano de hoy, como pueblo de Dios, es como el gran campamento de Israel en la antigüedad. Un pueblo redimido, en el cual mora Dios, pero que, en determinado momento, por falta de celo y de fe, desplazaron a Dios levantando un becerro de oro, y perdieron el privilegio de esa presencia en medio suyo. En ese momento, Dios guio a Moisés a tomar el tabernáculo de reunión y a colocarlo fuera del campamento, pues, un Dios santo, no podía habitar en medio del pecado y la desobediencia. Sin embargo, para aquel pueblo, como para nosotros, Dios dejó un recurso. Cuando alguien o algo ocupa Su lugar, él llama a los fieles a SALIR FUERA DE AQUEL CÍRCULO DE DESOBEDIENCIA PARA VOLVER A GUSTAR EL PRIVILEGIO DE SU PRESENCIA. (Éxodo 33:7-9)
Escuchando todo esto, aquel visitante se gozó y le dio gracias a Dios por haber encontrado a alguien que había entendido las Escrituras y juntos pudieron compartir las cosas de Dios.
El anciano condujo al visitante a una reunión muy sencilla, donde los creyentes estaban reunidos al solo Nombre del Señor. Estos cristianos no eran perfectos, ni mejores que los otros, pero tenían algo que los caracterizaba: Querían agradar a Dios, “guardando su Palabra y no negando su nombre” (Apocalipsis 3:8) No tenían un nombre que los denominaba, eran simplemente cristianos reunidos en el Nombre del Señor Jesús.
Reflexión final
Hasta aquí llegó el sueño del anciano que sentía tanto pesar por el estado actual de la Iglesia. El extraño sueño que soñó le hizo recordar muchas cosas, particularmente, que la Iglesia, bajo la responsabilidad de los hombres, no supo mantenerse fiel al Señor y edificarse como al principio.
Las cosas habían cambiado, porque el hombre las acomodó a su gusto y conveniencia. Hoy la Casa de Dios, que es la Iglesia del Dios viviente, ha llegado a ser, bajo la responsabilidad humana, una casa grande, en la que hay de todo, pero, frente a la cual, Dios sigue llamando a los suyos a apartarse de lo que no es justo, siguiéndolo en obediencia. “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo… Porque en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2:19-21)
Este relato, es solamente la narración del sueño que tuvo un anciano fiel, preocupado por el estado actual de la Iglesia, pero que habla elocuentemente a nuestro corazón. Una supuesta visita, de algún creyente de los primeros tiempos de la Iglesia, a cualquier región de Occidente, seguramente, hubiese sido mucho más conmovedora y triste.
Palabras finales
Amados hermanos, Deseamos verdaderamente qué el Señor encuentre corazones deseosos de andar en Sus caminos y reunirse tal cómo lo enseña su Palabra. Que nadie se desaliente, ni haga caso a aquellos razonamientos que muchas veces se escuchan: “Iglesia perfecta no vamos a encontrar” “en todos lados suceden cosas,” etc. A pesar del estado triste que vemos, dentro de la esfera donde se proclama conocer a Dios, aún es posible, congregarse de la manera que el Señor ha deseado, pues “el Señor, no se dejó a si mismo sin testimonio” (Hechos 14:17)
Todo aquel que esté leyendo este opúsculo, y más aún aquellos que aún no tengan la seguridad de la salvación, debe tener en cuenta que todo cuanto pudiera ver defectuoso en medio de los cristianos, no quiere decir que el mal triunfó sobre el bien y que el cristianismo ha fallado. Lo que ha fallado no es el cristianismo, sino los cristianos.
Para quien, aún no haya recibido a Cristo como su salvador personal, le decimos que ahora es el momento. Que no se desanime frente a las inconsecuencias de la religión. Las religiones fallan, Jesucristo no. Él jamás lo defraudará, ni sus enseñanzas lo decepcionarán. En él solamente se encontrará satisfecho, porque él es quien transformará su vida redimiéndolo del mal y dándole vida eterna. Por lo tanto: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31)