“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5)
“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13:15,16)
Los cristianos desde el comienzo de la dispensación actual, se juntaban como iglesia para adorar y se dispersaban para llevar el mensaje de salvación. Éste era el mandato del Señor.
Antes de ir a la cruz el Señor dijo: “Haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19) y de esa manera, aclara el apóstol Pablo: la muerte del Señor anunciáis (proclamáis) hasta que él venga (1 Corintios 11:26) Pero también recibieron los suyos la directiva del Señor de ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15)
Las directivas son claras. Sin embargo, los creyentes debemos reconocer que no nos hemos mantenidos firmes en el cumplimiento de esas directivas. Con el correr del tiempo, el memorial de la muerte del Señor pasó a un lugar secundario. Los creyentes en muchos lugares se reúnen cotidianamente pero solo celebran la Cena del Señor una vez al mes. Si somos sinceros, reconoceremos que eso no es lo que pidió el Señor.
La adoración tiene como destinatario a Dios el Padre y al Hijo. Por lo tanto, no podemos suplir estos momentos con reuniones donde los destinatarios seamos nosotros, pues estaríamos dándole al Señor un lugar secundario. Como solemos cantar: Primero y postrero es el Señor… Démosle a él la gloria cotidianamente y cada día del Señor, hagamos memoria de su amor y su gracia proclamando su muerte hasta que él venga.
Pensamientos para reflexionar