Vivimos tiempos, donde se habla mucho de adoración y alabanza cristiana. En muchas congregaciones se les ofrece más tiempo a la alabanza que a la predicación y enseñanza, pero con todo y con eso, podríamos decir, que se ve una gran falta de adoración. Eso quizás se deba, a que existe un gran desconocimiento de lo que realmente es la adoración y por lo tanto, una falta de discernimiento para diferenciar entre adoración y alabanza, como así también para analizar las letras y el mensaje que contienen los diferentes tipos de cánticos e himnos que cantamos a nuestro a Dios.
Haremos algunas simples observaciones, sin ánimo de ofender a nadie, ni queriendo legislar en la alabanza al Señor, sino remitiéndonos a “vuestro limpio entendimiento” (2 Pedro 3:1) para que de esa manera. “aprobéis lo mejor” (Filipenses 1:10) “Comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5:10)
Tenemos en castellano, hermosos himnos y cánticos que tienen en su poesía expresiones que realmente exaltan a Dios. No podríamos quejarnos por falta de himnos para adorar. Lamentablemente, también tenemos en nuestra lengua, una gran cantidad de material llamado “cristiano” de adoración y alabanza, que realmente carece de profundidad espiritual. La juventud puede sentirse tentada a adoptar esta nueva forma de alabanza, creyéndola más auténtica porque tiene un lenguaje más actual, música y ritmo que consideran más atrayente, y entre otras cosas expresiones que lo identifican más a ellos mismos. Esto sucede, porque lógicamente, mucho de lo que trajo este modernismo al cual nos referimos, es algo sensual, sensitivo y atrayente a la condición carnal de las personas y no a su parte espiritual. En la mayoría de los casos, estas canciones no tienen una base doctrinal correcta. En muchas canciones se adora al Espíritu Santo, algo que no encontraremos nunca en la Palabra. Ni en las enseñanzas o prácticas de la Iglesia, ni en las doxologías que se encuentran al final de las epístolas. Pues, el Espíritu Santo, si bien es la tercera persona de la trinidad, es quien nos lleva a adorar al Padre y al Hijo, no glorificándose a sí mismo, sino glorificando al Señor. Véase (Juan 16:14) En otras canciones, la Iglesia le canta a Jehová, que es el nombre de Dios con el cual se reveló a Israel, y que no encontramos en el Nuevo Testamento como nombre al cual adoraba la Iglesia; pues la Iglesia, ha tenido una revelación plena de la persona de Dios y le conoce como Padre, a quien, los verdaderos adores le adoran en espíritu y en verdad. (Juan 4:24)
En muchas letras no se sabe bien a quien se dirigen las expresiones, pues si bien los fieles pueden decir: Estamos cantando al Señor Jesús, en ningún momento la letra lo menciona como Señor y Salvador llamándolo por su Nombre.
Si uno piensa lo que está cantando, quizás llegue a la conclusión que podrían estar dirigiéndose a otra persona, ya que la letra encajaría perfectamente, porque no tiene base bíblica, ni confesión clara de las virtudes ni atributos de Dios. Un ejemplo de eso, son aquellas canciones, que dicen cosas como las siguientes:
Desde que te conocí y te entregué mi ser, mi vida cambió.
Ahora soy distinto, por eso te sirvo de corazón.
Nadie significa tanto para mí, ni me dio tanto como tú.
Pues tú me diste lo que yo deseaba y por eso hoy te adoro con esta canción.
¿A quién se dirigen estas palabras? Si las canta un cristiano, las dirigirá al Señor. Si es un satanista, podrían ser dedicadas al mismo Satanás, pues no hay aclaración alguna ni palabras claves como las que encontramos en todos los himnos y cánticos tradicionales, que mencionan la muerte del Señor, el valor de su sangre, su resurrección, el pecado etc.
Consideremos también la poesía de la siguiente canción:
Quiero escuchar tu dulce voz rompiendo el silencio en mi ser
Sé que me harías estremecer me harías llorar o reír y caería rendido ante ti…
Y no podría estar ante ti escuchándote hablar sin llorar como un niño
Y pasaría el tiempo así, sin querer nada más, nada más que escucharte hablar.
Si cantáramos estas estrofas, en alguna celebración del “día de la madre” y dijéramos: ¡Cantemos recordando a nuestras madres! ¿No podríamos cantar esa canción y la letra encajaría perfectamente con las palabras de un hijo para con su madre?
¡Qué cosa maravillosa es la adoración y alabanza clara e inteligente! Que confiesa las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Que resalta sus perfecciones. Que lo menciona claramente, no solamente como maestro, amigo, o benefactor, pues sabemos que el Señor Jesús es todo eso y mucho más, pues él, es sobre todas las cosas: “Señor y Cristo” (Hechos 2:36)
También, salta a la vista, que en la mayoría de las canciones de alabanza “cristiana” moderna, se menciona mucho el YO. Como si la alabanza siempre se fundara en lo que me sucedió a mí. Lo que hizo por mí, en lo que siento Yo, lo que prometo Yo, etc. Etc. Esto difícilmente puede centrarse en la adoración, pues por el contrario, en la adoración, todo es Dios, y el hombre es quien así lo reconoce y se postra ante su majestad. Además, que por simple lógica, cuando adora en conjunto, como lo hace en la Iglesia, lo hace con expresiones en plural, no en singular, como si uno estuviera adorando solo.
Para que comprendamos algo mejor lo que deseamos decir, tengamos en cuenta esto: Adorar, Bíblicamente implica postrarse, inclinarse en reconocimiento. La raíz de la palabra adorar, es postrarse. Y es efectivamente lo que hace el cristiano ante Dios. Se postra ante el Señor, pues se rinde ante su majestad, su gracia, su amor, su grandeza, etc. Lo hace física o espiritualmente postrando su corazón. Es algo más profundo que el agradecimiento, o la alabanza, aunque en la misma adoración estén esos elementos. Por ese motivo, el único digno de adoración es Dios y está explícitamente prohibido adorar a otra persona o a otras cosas, inclinándose ante ellas.
La Alabanza, es algo muy parecido, pero no es lo mismo, pues en la alabanza, uno resalta y elogia virtudes, agradece, enaltece… Por eso, hay personas que hacen cosas dignas de alabanza aunque obviamente la gente las alaba pero no las adora. En cuanto a Dios, es distinto, pues él es digno de toda nuestra alabanza y se la brindamos en adoración de una manera consciente e inteligente; por eso está escrito: “cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento” (1 Corintios 14:15)
Teniendo en cuenta esto que mencionamos escuetamente acerca de la adoración cristiana por medio de la alabanza, debemos reconocer que la Iglesia, también eleva cánticos a Dios y al Señor Jesús, resaltando de alguna manera las virtudes divinas, en himnos y cánticos que no son propiamente de adoración, sino de aliento cristiano, de testimonio; hablando de las experiencias cristianas, o de invitación para que acepten al salvador. Estos cánticos deben ser propuestos inteligentemente, correspondiendo a cada momento y tipo de reunión, y de más está decir, propuestos siendo guiados por el Espíritu, quien nunca se equivoca al conducirnos.
Tomemos por caso, los himnos “Soy yo soldado de Jesús” “La nave evangelista, ¡Firmes y adelante!” Himnos clásicos hermosos, pero que seguramente cantaríamos en una reunión de edificación, de ministerio, y no en la Cena del Señor, ya que tienen expresiones muy lindas, pero que no son propiamente de adoración y por lo tanto debemos considerar bien en que momento cantarlos.
Si celebramos una reunión propiamente de predicación del evangelio, lógicamente entornaremos himnos que insten a las personas a recibir el mensaje en su corazón y aceptar a Cristo. Tales como: “He aquí a la puerta estoy” “Salvador a ti acudo” Pero entonar cánticos, que son dirigidos a las almas sin Cristo, o expresiones que corresponden a quienes se arrepienten, en reuniones donde son todos creyentes y van a edificarse con el ministerio de la Palabra, es inadecuado. No decimos que Dios no se goce cuando los cantamos, ni que estemos pecando si los indicamos, solamente remarcamos que podemos pensar, que, habiéndonos dado un caudal tan grande de himnos y cánticos espirituales, y estando limitados en el tiempo de la reunión, ya que sino no queda tiempo suficiente para la exposición de la Palabra, el Señor espera de nosotros expresiones más inteligentes. Llevar a la Iglesia a cantar frases como: Yo me entrego a él… me arrepiento… acéptame Señor etc. Es como desconocer la posición en la que se encuentra el creyente en Cristo.
El que conduce a la Iglesia a cantar de esa manera, posiblemente piense: <Necesitamos una entrega mayor… Necesitamos confesar siempre nuestros pecados…> Pero realmente estas canciones son para otra ocasión y deberíamos ser conducidos por el Espíritu a otro tipo de alabanza. Las canciones modernas, son las que los “cantantes cristianos”, cantan para que las consuma el público del mercado “cristiano” orientadas a “predicar a Cristo” a los inconversos, o para alentar y motivar a creyentes en el mejor de los casos.
Esta breve meditación, es para alentar a una alabanza más concreta a nuestro Señor. En otro escrito, podremos meditar en lo que son las reuniones de la Iglesia propiamente dichas, diferenciándolas de otros momentos de reunión, donde también se reúnen los creyentes pero para otros fines; y en la conducción y libertad del Espíritu Santo para tales momentos. Pues muchas de las cosas que aunque se reconozcan no se pueden cambiar, se deben a la manera en la que se desarrollan las reuniones. Cuando en lugar del Espíritu Santo, es un “Pastor” “Ministro” “Líder” o hermano que preside, el que ese día, y en ese momento, tiene todo el poder de la conducción, sin que nadie más pueda intervenir a no ser que él mismo se lo indique, pasan esas cosas que mencionábamos.
Si quien conduce tiene en claro los principios bíblicos, elegirá himnos adecuados; si lo hace, un hermano joven, que se siente atraído por el modernismo, elegirá algunas canciones o coros que podrían ser no los más apropiados, y que en la mayoría de las reuniones nos harían perder el corto tiempo que tenemos para alabar a Dios conveniente.
Por todo esto, con el mejor de los sentimientos, y “todo muy amados para vuestra edificación” (2 Corintios 12:19) rogamos al Señor ¡Bendiga su Palabra!
Lectura de la semana