ABUNDANDO EN LA OBRA DEL SEÑOR SIEMPRE (1.ª Corintios 15:58)

“La mies es mucha, mas los obreros pocos.” Estas palabras que el Señor dirigió a sus discípulos han sido recordadas a menudo. Ciertamente existe un vasto campo de actividad, tanto para los siervos que el Señor ha calificado especialmente para anunciar el Evangelio, como para aquellos que deben cuidar la grey brindando enseñanza, edificación, exhortación y consolación a los santos. También es cierto que hay muy pocos obreros para hacer tantos servicios. ¡Quiera el Señor suscitar obreros en su mies!

El versículo citado en el título nos exhorta a abundar en la obra del Señor siempre. Los corintios corrían el riesgo de disminuir sus esfuerzos al respecto, porque falsos maestros que se habían introducido entre ellos afirmaban que “no hay resurrección de muertos” (15:12). En este capítulo el apóstol advierte acerca de las gravísimas consecuencias que acarrea esta falsa doctrina y demuestra cuán errónea es; luego desarrolla el tema de la resurrección y, para concluir, exhorta a retener firmes y constantes la enseñanza que ha presentado, para poder abundar en la obra del Señor siempre. Los corintios debían estar seguros de que trabajaban con miras a un porvenir eterno, de que un día “la obra de cada uno se hará manifiesta” (1.ª Corintios 3:13) y, por lo tanto, de que su trabajo en el Señor no era en vano, como lo hubiera sido si la resurrección de muertos no fuera una realidad.

Esta exhortación nos cabe también a nosotros. Para abundar en “la obra del Señor” siempre, es necesario que permanezcamos firmes y constantes, no sólo en la doctrina de la resurrección, sino también en toda la enseñanza de las Escrituras. Es lo que el apóstol escribió a Timoteo al dirigirle su segunda epístola (4:1-5) cuando, después de haber introducido el tema de la aparición del Señor y, como consecuencia, del día en que “la obra de cada uno se hará manifiesta”, le requiere solemnemente: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina.” Era necesario que Timoteo mantuviese y presentase la sana doctrina, la pura enseñanza, para poder hacer “obra de evangelista” y cumplir plenamente su ministerio. Éstas son verdades muy importantes que nos conviene recordar constantemente en estos “tiempos peligrosos” en que muchos buscan maestros conforme a sus propias concupiscencias, apartan el oído de la verdad y se vuelven a las fábulas.

¿Se podría negar que en el siglo XIX hubo un poderoso movimiento del Espíritu de Dios que obró una verdadera separación del mal —separación que en la actualidad a menudo se tilda de estrechez de espíritu— y esclareció a los santos respecto a las verdades esenciales que conciernen a la Iglesia, cuerpo de Cristo, a la reunión alrededor del Señor, a Su mesa erigida sobre el fundamento de la unidad del Cuerpo, a la libre acción del Espíritu Santo en la Iglesia, a la adoración en espíritu y en verdad, al regreso del Señor para llevar a su Iglesia? Discutir cualquiera de estas enseñanzas significaría negar ese poderoso trabajo que operó el Espíritu de Dios. Esto podría agradar a los que no soportan la “sana doctrina”, pero ¿respondería al pedido del apóstol: “Cumple tu ministerio”? ¿Sería trabajar verdaderamente en “la obra del Señor”?

Los caracteres de este mundo no han variado desde su origen. Indudablemente ellos se han afirmado y resulta cada vez más difícil vivir la vida cristiana. Esto debe conducirnos a no buscar otros recursos y a apegarnos más aún a “lo que era desde el principio”; pues ahí y sólo ahí se encuentran los recursos necesarios para todos los tiempos. Cristo es la única y perfecta respuesta a todas las necesidades del alma y del corazón. Hoy, tal como otros lo hicieron antaño, nuestro anhelo debe centrarse en sentir y disfrutar la presencia del Señor en la reunión; en esperar la acción del Espíritu de Dios, cuyo agrado es tomar de lo de Cristo y guiarnos a toda la verdad; en oír la Palabra, que alimenta nuestras almas de Cristo, y aprovechar del ministerio, oral o escrito, que nos es útil para comprenderla. Nuestros predecesores no han tenido otra cosa; hallaron en la Palabra todo lo que necesitaban, ¡y qué conducta han manifestado estos hombres en su “santa y piadosa manera de vivir” (2.ª Pedro 3:11)! Cooperar con la “obra del Señor” consiste en presentar a Cristo bajo sus diferentes caracteres; recordar a las almas los preciosos recursos que se encuentran en Él y que son suficientes para llegar hasta el fin; conducir a tales almas a aferrarse al Señor para continuar el peregrinaje en medio del desierto; hacer resaltar la importancia y la necesidad de una estricta obediencia a la Palabra.

Las más hermosas apariencias pueden engañar. El hecho de que haya algunos resultados obtenidos en un servicio no es, como a menudo se piensa, la verdadera piedra de toque. Dios tiene poder infinito y puede incluso extraer el bien del mal. Cuando Pablo estaba en prisión, Cristo era predicado “por envidia y contienda” (Filipenses 1:15-17). El apóstol se gozaba porque, de todas maneras, el Evangelio era anunciado, pero esto no significa que aprobara un servicio hecho en tales condiciones. Dios obraba a pesar de la infidelidad de los obreros, pero ¿se puede decir que el trabajo de éstos era el que debía caracterizar a la “obra del Señor”?

Se ha señalado que en la casa de Dios hay buenos obreros que hacen buena obra, pero también auténticos obreros que, a pesar de serlo, hacen mala obra —aparte de malos obreros que, a causa de su obra destructora, corrompen el templo de Dios— (1.ª Corintios 3:12-17). Este pensamiento debería infundirnos un constante temor. “Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios” (Proverbios 28:14). Este santo temor nos conducirá a sentir profundamente que necesitamos depender constantemente del Señor y a mantener la comunión con él, como también con los hermanos y la Iglesia; dependencia y comunión sin las cuales no podríamos realizar un servicio fructífero.

En la historia de la Iglesia vemos que a veces el enemigo se sirvió incluso de los creyentes para llevar a cabo sus malignos deseos. A menudo obró de manera muy sutil, logrando enceguecer a obreros que desarrollaban gran actividad con mucho celo, que mostraban amor por las almas y cuyo trabajo no dejaba de dar frutos. Por eso es tan necesario mantener la comunión con el Señor y la comunión con los hermanos. La segunda es un control de lo que sucede con la primera, si se nos permite expresarnos así. ¿No se conforta un siervo cuando sabe que las asambleas oran para que sea dirigido, sostenido en su trabajo y preservado de caídas? ¿No se siente dichoso también cuando recibe consejos, advertencias o incluso, si fuera necesario, una reprensión de los hermanos, especialmente de los más ancianos y experimentados, a fin de ser guardado de las trampas del adversario? “Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo que no me herirá la cabeza (o: que no lo rehusará mi cabeza)” (Salmo 141:5). ¡Bienaventurado aquel que mantiene tal actitud!

Pero qué podríamos decir de aquel que rehusara escuchar y quisiera servir al Señor en un camino independiente de los hermanos y de la asamblea? Quizá él podría objetar: «Mis hermanos no me comprenden; pero yo tengo la secreta aprobación del Señor y esto me basta.» Ésta es una objeción que no resiste la prueba. Si Dios permite que un obrero no goce de la plena comunión de los hermanos y de la asamblea, indudablemente habrá motivos para pensar que en su servicio hay algo que necesita juzgar. Entonces ¿cómo podría tener la secreta aprobación del Señor? Si no tuviese nada que juzgar, ciertamente tendría la comunión de los hermanos; Proverbios 16:7 nos dice: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él.” Un camino independiente ¿no es muy a menudo el camino de la voluntad propia en el cual se manifiesta el orgullo que alberga el corazón? “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón” y “antes del quebrantamiento es la soberbia” (Proverbios 16:5-18).

Ciertamente que no es la asamblea la que elige a los siervos y los califica. Existe un llamamiento de Dios, una libre y soberana acción del Espíritu Santo; pero el siervo también debe contar con la aprobación de los hermanos y de la asamblea, y estar identificado con ambos. ¿Sería posible abundar siempre en la “obra del Señor”, si el camino no comenzara con tal aprobación y no continuara con la comunión de la asamblea? El libro de los Hechos, capítulos 13:1-3 y 14:27 nos brinda una enseñanza que ningún siervo de Dios debería perder de vista: “Dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.” ¡Qué hermoso comienzo para aquellos que van a trabajar en la “obra del Señor”! Más adelante leemos que, después de un tiempo de servicio, “habiendo llegado, y reunido a la iglesia, refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos”. ¡Qué gozo para todos, qué feliz comunión, y qué gloria para Dios! Nada se había hecho de manera independiente o sin sumisión, ni “por contienda o por vanagloria” (Filipenses 2:3), sino en un mismo sentir, con humildad; ¡y todo fue para la gloria del Señor en medio de la asamblea! Tal es la verdadera piedra de toque.

La tendencia de nuestro corazón es la de querer hacer grandes cosas para obtener grandes resultados. También respecto a esto tengamos cuidado con las apariencias engañosas. A veces podemos llevar a cabo grandes proyectos, pero ¿serán siempre buenas obras? ¿Qué sucederá con ellas cuando “la obra de cada uno se hará manifiesta”? No olvidemos que la madera, el heno y la hojarasca serán consumidas por el fuego. Un obrero al que lo animan muy buenas intenciones, quizá desee hacer una tarea para Dios, pero esto no basta. Las obras de Dios deben ser hechas según el pensamiento de Dios.

David se había levantado y había emprendido la marcha con todo el pueblo para llevar el arca de Dios a Jerusalén. Reunir al pueblo alrededor del arca era un deseo piadoso; ¿quién no lo habría aprobado? El cortejo se puso en marcha; el arca fue puesta en un carro nuevo; David y toda la casa de Israel se alegraron delante de Jehová al son de toda clase de instrumentos, arpas, salterios, panderos, flautas y címbalos. Había muchas cosas para alimentar el entusiasmo de todos. ¿Quién se habría atrevido a criticar? Al que hubiera querido hacerlo, sin duda se le habría dicho que se estaba oponiendo al trabajo de Dios.

Pero el resto del relato constituye una enseñanza que no podríamos dejar de meditar constantemente. Nos muestra que la obra de Dios no se puede realizar con medios humanos. No dudamos de que en todo esto había un deseo de agradar a Dios y un gran despliegue de gozo, pero faltaba algo esencial: la obediencia a la Palabra. Sin embargo, el capítulo 6 del primer libro de Samuel nos habla de una circunstancia en que el arca fue transportada sobre un carro nuevo y que el viaje prosiguió hasta el fin sin inconvenientes. Es cierto, pero quienes hicieron eso fueron los filisteos; ellos no conocían los mandamientos de Jehová referentes al transporte del arca. Al hacer un servicio ¡guardémonos de querer imitar a los que tienen menos responsabilidades porque tienen menos luz! Un mismo acto, llevado a cabo una vez por los filisteos y otra vez por David, condujo a resultados completamente diferentes, porque los filisteos, al no tener la luz que gozaba David, tenían responsabilidades diferentes.

David conocía las ordenanzas de Jehová, pero quiso obrar como los filisteos; entonces experimentó cuál es el fin del camino de la desobediencia, aun cuando el objetivo que perseguía era hacer algo para Dios. ¿Habrá pensado quizás en Números 7 en vez del acontecimiento que hallamos en 1.º Samuel 6? ¿No había dado Moisés dos carros y cuatro bueyes a los hijos de Gersón, y cuatro carros y ocho bueyes a los hijos de Merari, habiendo de ser utilizados esos seis carros y doce bueyes “para el servicio del tabernáculo de reunión”? Sí, pero no les había dado carros ni bueyes a los hijos de Coat, “porque llevaban sobre sí en los hombros el servicio del santuario” (Números 7:1-9). ¿No intentamos a veces justificar nuestra conducta utilizando un pasaje de las Escrituras, cuando tal justificación no se encuentra en ellas o cuando, en realidad, si lo examinamos atentamente, ese pasaje nos condena?

Los bueyes tropezaron, Uza extendió su mano para sostener el arca y el furor de Jehová se encendió contra él. Se abrió una herida. Y David se entristeció y temió a Jehová aquel día. Tal es el resultado de un trabajo realizado con medios que no son según Dios. Para llevar el arca era preciso que David primeramente comprendiera que los medios humanos, por más bellas apariencias que tengan, no sirven para llevar a cabo ningún trabajo en la obra de Dios. Se debe obrar en obediencia a la Palabra: solamente los levitas podían transportar el arca. Quizá le haya parecido que los nuevos medios le permitirían obtener más rápidamente el resultado deseado, pero la dolorosa experiencia vivida en Pérez-uza hizo volver el corazón del rey al camino de la obediencia. Aparentemente, los bueyes y el carro nuevo eran algo mucho mejor para transportar el arca. Sí, pero leemos: “Ayudando Dios a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová” (1.º Crónicas 15:26), mientras que no era posible que ayudase a los bueyes que tiraban del carro nuevo (2.º Samuel 6; 1.º Crónicas 15:13). ¿Con qué contamos para hacer nuestro servicio? ¿Con todo lo que hemos preparado y nos parece mucho mejor que la aparente debilidad de los medios de Dios, o con Dios, en quien solamente se encuentra la fuerza y quien ayudará a aquellos que obedecen a su Palabra? La obra es la “obra del Señor” y “si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmo 127:1). ¡Qué enseñanza para nosotros, si deseamos trabajar en la edificación de la casa (1.ª Corintios 3:9-10), en el hermoso servicio de la evangelización o en “guardar la ciudad”, velando para evitar que el enemigo venga a desviar los corazones y a apartarlos de Cristo!

Todo esto ¿no es profundamente instructivo? ¡Cuántas cosas se han emprendido verdaderamente con excelentes intenciones y deseos de trabajar en la “obra del Señor”, pero que, no obstante, hacen pensar en los bueyes y el carro nuevo utilizado por David! Todo puede ser muy bello en apariencia y puede haber gran alegría, pero ¿cuál será el resultado? La obra del Señor no puede llevarse a cabo sino obedeciendo a la Palabra y utilizando los únicos medios que ella nos señala.

No menospreciemos “el día de las pequeñeces”. Hagamos nuestra tarea humildemente, obedeciendo a la Palabra, dependiendo del Señor, buscando su comunión y la comunión de la Asamblea. Es el único camino en el que Dios nos “ayudará” y en el cual nuestro servicio podrá ser enriquecido con resultados reales. Entonces, el día en que el fuego haga la prueba, la obra de cada uno “permanecerá”. ¡Qué gracia hallaremos si servimos así; pero qué pérdida sufriremos si nuestra obra es consumida por haber trabajado según nuestros propios pensamientos (1.ª Corintios 3:12-15)!

Fuzier P. – (Messager Évangélique, 1947)


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