
“Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos… Jerusalén, que se ha edificado Como una ciudad que está bien unida entre sí” (Salmo 122:1 y 3)
“Mi lengua se pegue a mi paladar, Si de ti no me acordare; Si no enalteciere a Jerusalén Como preferente asunto de mi alegría” (Salmo 137:6)
Las virtudes cristianas se manifiestan, cuando se manifiesta la vida de Cristo en el creyente. Las personas, pueden esforzarse por obrar justa, amorosa y santamente, pero la santidad, la justicia y el amor, son manifestaciones de lo que es Cristo y no se pueden vivir disociados de él.
Para vivir juntos en armonía, necesitamos vivir a Cristo. El hombre puede imponerse e imponer reglas, y se hará legalista. O puede desechar toda norma de conducta y reprensiones cristianas bajo el pretexto de vivir el libre amor de Cristo, pero terminará en una anarquía espiritual o en un liberalismo extremo. Para vivir y testificar como Dios lo desea, se necesita el equilibrio divino y esto, tanto en lo personal como en lo colectivo.
Los momentos de reunión deben ser nuestros momentos felices, donde disfrutar la atmósfera del cielo, por eso no debemos permitir que nada los empañe. Allí disfrutamos la presencia del Señor y la gracia de un Dios de amor. Del Dios que perdonó y restauró a Manasés, a David … (2 Crónicas 33, 2 Samuel 12) y que sentía compasión por las multitudes.
Por eso, si María Magdalena o el Gadareno, vinieran a congregarse con nosotros y alguien, so pretexto de la santidad, le diría que se congreguen en otro lugar, porque por sus historias de vida no armonizan en ese círculo, evidenciaría estar muy lejos de lo que el Señor desea.
Pensamientos para reflexionar