“Judíos y gentiles… todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios… Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:9-11, 22-23)
Según el principio jurídico, toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario.
Ante Dios, a causa del pecado, la condición es a la inversa. Todo hombre está perdido hasta que demuestre lo contrario. Porque todos somos pecadores bajo condenación, hasta el momento en el que nos convertimos a Dios y recibimos a Cristo como Salvador.
Dios declara acerca del hombre: “Pesado has sido en balanza y fuiste hallado falto” (Daniel 5:27)
Por esto, debemos recordar que hay solamente dos clases de personas:
El pecador arrepentido que ha recibido a Cristo como su salvador y ha pasado de muerte a vida, teniendo ahora el privilegio de ser llamado “hijo de Dios” (Juan 1:12)
O el pecador impenitente, muerto en sus delitos y pecados, sobre el cual pende la condenación.
No hay una tercera condición.
Esaú, fue hijo de un creyente y lloró deseando la bendición de Dios, pero era un profano y fornicario, que despreció su primogenitura porque no pudo controlar sus apetitos carnales (Hebreos 12:16,17)
El joven rico era un observante de la ley, la cual hasta podía enseñar a otros, pero su corazón estaba ocupado por la avaricia que es idolatría (Colosenses 3:5) Y prefirió lo que llenaba su corazón antes que la vida eterna. (Marcos 10:17-22)
Por eso, para ser contado entre los salvos es necesario nacer de nuevo recibiendo a Cristo como Salvador.
Pensamientos para reflexionar