
“Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios” (Isaías 43:12)
“Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor” (2 Timoteo 1:8)
El endemoniado gadareno, al ser liberado de la posesión demoníaca, quiso seguir al Señor, más el Señor Jesús le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (Marcos 5:19) Y he allí un fiel testigo de la gracia de Dios en medio de los suyos. Los discípulos del Señor también fueron fieles testigos que no podían dejar de hablar lo que habían visto y oído. (Hechos 4:20). Por extensión podemos afirmar que cada persona que ha sido salva por gracia mediante la fe, es un testigo sobre la tierra de la gracia de Dios en Cristo.
Por lo tanto, ¿Qué tenemos que testificar? La respuesta es sencilla: Debemos testificar acerca de lo que ha hecho Dios con nosotros, como nos ha salvado en Cristo. Ser testigos de su gracia y de su amor. Esto, aunque obvio, lo debemos tener siempre en cuenta.
Pensemos en esto: Hablar de su gracia, predicar el mensaje de salvación, es a lo que somos llamados todos los creyentes. Lo que no es para todos, es salir a enseñar, a adoctrinar, a discutir con las sectas, etc. Pues no todos los creyentes son llamados para tal función. Para hacerlo, debemos haber recibido el llamado del Señor para ese servicio y estar preparados, conociendo bien las verdades bíblicas y las Sagradas Escrituras.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar