¿Solícitos en guardar la unidad del Espíritu o la unidad de la paz?

“Yo pues preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad  y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de paz”  (Efesios 4:1-3)

El apóstol Pablo les escribe a sus amados hermanos desde su primera prisión en Roma.

Se presenta a ellos como Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios (Capítulo 1:1) Sin embargo, al llegar a esta porción del encabezamiento, vemos que aquel que tenía toda la autoridad para ordenarles lo conveniente, les hace un ruego. Un ruego que toca los corazones, pues es el ruego de quien siendo un fiel siervo de Jesucristo, se encuentra preso en el Señor.

Aquí tenemos un ejemplo hermoso, de un fiel obrero, que no se considera preso del imperio, sino que acepta todas las cosas como de parte de Dios.

En ese ruego que expresa,  hay un llamado importante a andar de una manera digna.

Ante este llamado, no podemos aducir ignorancia, pues por más nuevo que sea un creyente en el camino cristiano, sabe bien que siendo un hijo de Dios, debe andar dignamente, conforme a su vocación.

La palabra vocación en el uso común, es la inclinación por ejercer determinada actividad o profesión. Por ejemplo “Tiene vocación por la medicina” Sin embargo,  bíblicamente, esa expresión, es en realidad, la palabra utilizada para designar llamamiento.

Meditando las Escrituras, vemos que Dios llama al hombre para salvación, lo llama al servicio para que desempeñe algún ministerio y así encontramos en las Escrituras  distintos aspectos de llamamiento; pero en  este versículo de la Epístola a los Efesios, se nos recuerda que Dios nos ha llamado para formar un Cuerpo, la iglesia del Señor, la cual es su Cuerpo (Efesios 5:23)

Para testificar dignamente acerca de  esa vocación o  llamamiento, necesitamos que se nos recuerde que necesitamos conducirnos con toda humildad. Un creyente carente de esta humildad en su trato con los hermanos, querrá imponer sus propios gustos y pensamientos, corriendo el riesgo de “ser sabio en su propia opinión” (Romanos 12:16) y de esa manera, y quizás, hasta  sin darse cuenta, en lugar de ocupar el lugar de un simple miembro de aquel cuerpo perfecto, pasará a querer dirigir las cosas como cabeza, tomando el lugar que  solamente le corresponde al Señor.

También se nos dice “con mansedumbre” que es el carácter de Cristo en nosotros. “Aprended de mi, dijo el Señor, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29) Debido a la  falta de esta mansedumbre, muchas veces se resiente la relación entre los hermanos.  Se teme decir las cosas, porque se sabe de ante mano que aquel que está obrando mal, no aceptará que se le diga nada,  y es más, se teme pasar de una aparente “dulce comunión” a la posición de enemigos, por haber expresado disconformidad.

Además de estas cosas, debido  nuestros variados temperamentos, es imprescindible cumplir aquello que se nos dice.  “soportándoos los unos a los otros en amor” Esta es una manifestación hermosa de longanimidad que se manifiesta al saber soportar el carácter de las personas.

Notemos bien que la Escritura dice: “Los unos a los otros” lo cual indica que así como muchas veces soportamos caracteres que nos parecen difíciles de sobrellevar, también nosotros somos objetos de esa misma grandeza de ánimo por parte de los hermanos que nos soportan. La clave para que podamos cumplir esta recomendación es el amor.

Parecería innecesario, que para los que hijos de Dios, de los cuales se dice que “el amor de Dios fue derramado en sus corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5:8) Se deba instar tanto a que anden en amor, y sin embargo, es bien necesario, pues lamentablemente una de las cosas que más se evidencian en las relaciones entre los seres humanos, es la falta de amor. Un amor según el pensamiento de Dios, que no busca lo suyo propio, que se goza en la verdad, que no comete injusticia, que no hace acepción de personas…

Con estas consideraciones en cuenta, ahora podremos analizar en alguna medida, porque se nos dice que seamos “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu  en el vínculo de la paz”.

Al meditar en dicha porción, reconocemos que la expresión: “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu  en el vínculo de la paz” no es fácil de comprender en una simple lectura. Para comprenderla, debemos saber y tener presente que hay una perfecta unidad, que ha sido hecha por el Espíritu Santo, ya que “por un solo Espíritu fuimos todos bautizados, “sumergidos” en un cuerpo” (1 Corintios 12:12)  para que de esa manera quedara formada la Iglesia, cuerpo de Cristo. Cuerpo del cual, cada creyente renacido es miembro.

Si tendríamos siempre presente que no somos creyentes individuales sino miembros los unos de los otros, y actuaríamos teniendo en cuenta este principio divino, como un cuerpo bien concertado, se mantendría naturalmente la unidad del Espíritu sin hacer el menor esfuerzo. Si quisiéramos hacer primar nuestros pensamientos, tomando la jefatura entre los hermanos, e imponiéndonos al resto; evidentemente, no estaríamos guardando la unidad del Espíritu, pues allí no se vería el accionar de un cuerpo dependiente únicamente de su cabeza, ni se manifestaría que el Espíritu Santo que lo dirige es uno.

Felizmente, tenemos en la Palabra de Dios la instrucción y los recursos divinos para saber cómo conducirnos y guardar la unidad del Espíritu, testificando la Unidad del Cuerpo de Cristo.

Es importante tener presente que la unidad del cuerpo de Cristo no la debemos hacer nosotros,  porque es algo que ya hizo Dios, y nada la destruirá. Siempre existirá un cuerpo formado por todos los que son verdaderamente creyentes en Cristo Jesús. La expresión “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu  se refiere más bien  a testificar aquella unidad. A guardar el testimonio de lo que Dios ha hecho congregándonos en uno, porque esto sí depende de nosotros. Hay un cuerpo, y nosotros obrando unánimes juntos, como miembros de aquel un cuerpo, debemos con toda solicitud guardarnos para que en cada una de nuestras actitudes eso se manifieste.

Cuando en una asamblea local, testimonio de lo que es la Iglesia en su conjunto,  surgen inconvenientes e incomprensiones entre los hermanos, la unidad del Espíritu se ve afectada. En lugar de estar “unánimes juntos” (Hechos 2:1) “en un corazón y un alma” (Hechos 4:32) “Sintiendo todos una misma cosa perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Corintios 1:10) Comienzan los sismas y divisiones.

Situaciones así, podrían llegar a requerir hasta de la intervención de otros hermanos que humildemente aconsejen y ayuden a ver las cosas, con esa claridad que a veces se dificulta cuando uno está directamente implicado en una discusión. Negarse a la ayuda de hermanos fieles y comprometidos con la obra del Señor, o de las Asambleas vecinas que conocen las circunstancias por las cuales se está atravesando, diciendo: ¿Quiénes son ellos para venir y meterse en nuestros asuntos? O argumentar que cada congregación local, tiene una responsabilidad personal, y que por eso nadie debe meterse, podría ser  la prueba evidente de un espíritu independiente, que niega por completo los principios de estar reunidos sobre el terreno de la Unidad del cuerpo de Cristo.

La unidad del Espíritu, no es la unidad de nuestros espíritus. No es poniéndonos de acuerdo en un conjunto de leyes, ni redactando un dogma de fe a seguir  que guardaremos la Unidad del Espíritu, según Efesios 4:3. Guardar la unidad del Espíritu es lo que hacemos, cuando en humildad y mansedumbre vivimos la verdad en nuestros corazones de que nosotros a pesar de ser muchos,  somos UN cuerpo y que el Espíritu que nos conduce también es UNO.

Cuando tenemos esto presente, nos damos cuenta que, si somos dóciles a la dirección del Espíritu, será sencillo ponernos de acuerdo. El Espíritu de Dios es quién se encargará de mostrar a todos la misma cosa.  Cuando dos personas disienten espiritualmente, no pueden estar los dos siendo conducidos por el Espíritu.  Uno de los  dos, o tal vez los dos, estén desoyendo la dirección del Espíritu Santo.

Lamentablemente, hay muchos casos en que por haber habido hermanos inflexibles en sus pensamientos particulares y carentes de la  solicitud en guardar la unidad del Espíritu se han destruido congregaciones enteras.  

Volvámonos a Dios con humillación y pidámosle que en su gracia nos de la fuerza de no olvidar las enseñanzas  claras, a pesar de que para ello muchas veces se tengan grandes combates. Estamos llamados a hacerlo en el vínculo de la paz, en un espíritu de paz, que considere por encima de todas las cosas la verdad de Dios y los intereses de nuestro Señor.

A veces, por temor a lo que podría pasar si se tratan ciertas cuestiones en la Asamblea, nos apoyamos en nuestra propia prudencia, y sin darnos cuenta, en lugar de guardar la Unidad del Espíritu, juzgando aquello que no nos permite sentir a todos una misma cosa, actuamos guardando “la unidad de la paz”. Sabemos que hay disensiones, pero nos decimos a nosotros mismos. “Si hablamos del caso será para discutir” Y pensando que haremos más grande el daño si tratamos de corregir lo que vemos mal, pasamos por alto lo que nos afecta, esperando que el Señor lo solucione solo en el tiempo.

Cuando se obra así,  en lugar de guardar la unidad del Espíritu, contristamos al Espíritu Santo en nuestro medio,  y a pesar de hacerlo con él ánimo de guardar la paz, tampoco tenemos éxito, pues eso nos lleva a una situación como la que describe el profeta, cuando decían: Paz, no habiendo paz, y uno edificaba la pared y he aquí que los otros la recubrían  con lodo suelto” Pero Jehová había dicho: “Di a los recubridores con lodo suelto, que caerá .Vendrá lluvia torrencial y enviaré piedras  de granizo que la hagan caer  y viento tempestuoso que la hagan caer. Y he aquí cuando haya caído ¿no os dirán: Donde está la embarradura con que la recubristeis?”  (Jeremías 13: 10-12)

De todas estas cosas quiere librarnos el Señor y por ello nos conduce, no a guardar la unidad de la paz, sino la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. De lo contrario, aun sin asumirlo, y quizás, hasta sin darnos cuenta; en cada congregación, se estaría impidiendo dar un testimonio diáfano de la verdad en cuanto a la Iglesia de Dios, y las asambleas, pasando la medida de sus responsabilidades locales, las cuales son justas y establecidas por el Señor, pasarían a convertirse en algo independiente, que dejarían de manifestar la Unidad del Cuerpo de Cristo.


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