Cuentan que una vez, alguien tuvo un sueño muy extraño. En su sueño, se encontraba en cierto lugar, sin saber cómo había llegado. Aquel sitio, era similar a todos los lugares que conocía, sólo, que allí vio, cierta particularidad en sus habitantes que realmente lo sorprendió. Todas las personas de aquel lugar caminaban con las manos. Era algo realmente sorprendente ver como los niños eran enseñados y hasta las personas de edad avanzada eran ayudadas de distintas formas, para que finalmente todos pudieran caminar con las manos.
En su sueño, él les decía que debían caminar con los pies, que Dios había hecho al hombre para que anduviera sobre sus pies, no sobre sus manos. Les decía que les haría mal mantenerse en esa postura. Les explicaba que era peligroso y que no era sano caminar así; pero nadie hacía caso; pues le decían que a ellos les gustaba conducirse de esa manera.
Algunos decían que sabían que se caminaba con los pies, pero que no querían ir a contramano del resto. Otros recordaban que cuando eran niños habían andado con los pies, pero que luego todo cambió, y que estaban resignados y preferían seguir haciéndolo con las manos, mientras esto no le hiciera mal a nadie. Finalmente, todos llegaban a la misma conclusión: Si con esta manera de conducirse no le estaban haciendo mal a nadie, esto quería decir que podían hacerlo y si alguien pensaba lo contrario, era solamente una cuestión de opiniones. Siendo entonces una cuestión de opiniones, pedían amablemente que nadie se metiera en sus asuntos pues ellos seguirían caminando con las manos.
Al despertar de su sueño, lo primero que hizo fue exclamar: ¡Oh, qué sueño más disparatado! Pero luego pensando más detenidamente, se dio cuenta de que su sueño, no era otra cosa más que una pequeña analogía de lo que vivía y le preocupaba; y que era justamente, luchar contra la corriente, al ver como alrededor suyo la gente dejaba de lado los principios éticos y cristianos por otras formas de actuar y de conducirse que no eran siempre justas ante los ojos de Dios sino que era la manera en la que deseaban conducirse.
Relacionó su sueño con las observaciones que había hecho en distintos círculos cristianos; dónde había visto con estupor, como el mundo se había introducido de tal manera que los mandamientos y las enseñanzas de Dios claramente expresados en la Biblia, eran tomados como ritos antiguos, pasados de moda, e innecesarios para nuestros tiempos.
Entendió, porque no lo comprendían, cuando él decía en la congregación que no se estaba obrando según lo que enseña la Palabra. Cuando decía que al ver a los creyentes tan mundanizados y a los jóvenes obrar y conducirse sin poder discernir al verlos si son cristianos o no, sentía como que la sal había perdido su sabor; y les recordaba que el Señor había dicho “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada” (Mateo 5:13)
Al pensar en su sueño, se sentía identificado, pues recordaba como aun, en las congregaciones más conservadoras de la sana doctrina, notó, que mucho de lo que se hacía, no era estrictamente bíblico, aunque se dijera que allí se regían según la Biblia en todo. Con tristeza, llegó a la conclusión de que estaban más pendientes en no perder la “membresía” o en aumentarla que en obrar para la gloria de Dios.
Recordó, cómo, donde él se congregaba, muchas veces hizo observaciones sobre las actividades que se llevaban a cabo y la forma en la que se hacían, y nunca tuvo una respuesta satisfactoria. A cada observación suya, siempre se le respondía que no fuera tan estricto, que había que adaptarse a los tiempos y las nuevas formas, y que muchas cosas no deseaban cambiarlas, porque siempre las habían hecho de la manera que habían sido enseñados; Lo cual ponía en evidencia que no tenían el deseo de escuchar y ver a los otros creyentes que les precedieron, para “aprobar lo mejor, a fin de ser sinceros e irreprensibles” (Filipenses 1:10)
Al meditar en todo esto, se dijo a sí mismo: ¡Mi sueño no es tan disparatado! Hay personas que son como las de aquella ciudad, dónde, como siempre habían caminado con las manos, cuando se les enseñaba que debían hacerlo con los pies, no querían hacerlo ni mostraban que tampoco tenían deseos de saber cómo era la manera correcta.
¡Qué distinto era la nobleza que destaca la Palabra de Dios, de aquellos creyentes que estaban en Berea! Que “Recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17.11)
¡Qué época difícil nos toca vivir! En todos los ámbitos podemos pensar que ocurre lo mismo. Los niños, muchas veces, son enseñados de una manera que nos preocupa, pues se les hace pensar al revés de lo que tendría que ser, y a los mayores, que han vivido y aprendido de otra manera, se los va ayudando para que cambien ese esquema mental; pues ellos vivieron épocas cuando se les marcaba a las personas claramente sus deberes, no únicamente sus derechos. Dónde se les exigía que respetaran y fueran agradecidos y colaboradores, en lugar de demandantes insatisfechos. Evidentemente, nunca las cosas fueron como deberían ser, pero a medida que pasa el tiempo, y los principios Bíblicos y las enseñanzas de la Palabra de Dios son cada vez más dejados de lado, más notamos la decadencia en nuestra civilización; y esto, se manifiesta en las tristes consecuencias que vemos a diario.
¿Qué hacer, o cómo debemos actuar en estos tiempos que nos toca vivir, dónde como veíamos, a veces sentimos que la mayoría de las personas se acostumbró a “caminar con las manos” sin mostrar el más mínimo deseo de cambio?
Primeramente, no desesperar, y reconocer dos cosas muy importantes.
La primera, es que la balanza perfecta, para pesarlo todo, la tiene Dios; por eso no debemos discutir por mantener ideas ni costumbres particulares, sino ser guiados siempre por la Palabra de Dios, para actuar, según él nos enseña. De esa forma, no dirán que queremos legislarlo todo, sino que comprenderán que la Palabra de Dios lo dice así, claramente a todos, y “el que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina (enseñanza) es de Dios” (Juan 7:17) o uno habla por su propia cuenta.
La segunda, es tener en cuenta que no estamos solos, ni somos los únicos en pensar así. Dios en todo momento se reserva un remanente de personas que desean serle fieles a pesar de todo.
Elías en un momento dijo: “solo yo he quedado” (1 Reyes 19:10) Pero Jehová se había reservado siete mil que no doblaron las rodillas ante Baal. Dios siempre tiene a los suyos, y debemos caminar juntos, aunque de momento no los veamos, y debamos comenzar con la fidelidad en el plano estrictamente personal y no en ámbito colectivo.
En la Segunda Epístola del Apóstol Pablo a Timoteo, encontramos el camino a seguir en los tiempos finales de la estadía de la Iglesia en la tierra, y las recomendaciones, llaman nuestra atención, pues son dirigidas al individuo. Pablo se dirige a Timoteo diciéndole: “TÚ pues hijo mío esfuérzate” “TÚ pues sufre penalidades” “Pero TÚ has seguido mi doctrina” “Pero persiste TÚ en lo que has aprendido” “TÚ se sobrio en todo, soporta las aflicciones…” (2 Timoteo 2:1, 3- Cáp. 3:10, 14- Cáp. 4:5) Así en todos los pasajes, las exhortaciones son personales, para que no nos desalentemos cuando nos sentimos solos; ni tampoco transijamos porque todos lo hacen; pues el creyente debe mantener la verdad en todo.
Esto lo debemos tener en cuenta, para tener paciencia en su justa medida, y también influenciar positivamente en los demás que quizás, también comienzan a notar ciertas cosas, que no son correctas, pero que no se expresan, pues aún no tienen la plena seguridad y les cuesta tenerla porque siempre vieron que el resto no dice nada.
Amados en Cristo: Hemos conocido la Salvación por medio del Señor Jesús y sabemos que en ningún otro hay salvación. Sabemos que fue por gracia, mediante la fe, sin que debamos agregarle nada de nuestra parte; pero sabemos que si bien no somos salvos por obras, fuimos salvos para buenas obras que el mismo Señor preparó de antemano para que anduviéramos en ellas. Para poder llevar a cabo ese propósito divino, debemos hacer las cosas correctamente, conforme a lo que nos enseña la Palabra de Dios; por más que para muchos, lo que nos parece valioso y deseemos conservar para la gloria de Dios, sean solamente cuestiones triviales, y que haya muchos que llamándose “cristianos” prefieran seguir caminando como lo están haciendo, aunque su andar muchas veces sea como la de aquellos que caminaban con las manos, los que a pesar de saber que hay otra forma de conducirse tocante a las cosas que son de Dios, prefieren seguir haciéndolo según su parecer.
Lectura de la semana